Leonardo da Vinci dejó un legado impresionante en el terreno artístico y en el tecnológico. La figura más importante del Renacimiento falleció el 2 de mayo de 1519: una de sus obras más reconocidas es La Gioconda, también conocida como la Mona Lisa.
Es el retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, una pareja de nobles florentinos. Lisa tenía 24 años cuando posó para Da Vinci.
De acuerdo con National Geographic, la familia pudo encomendar el cuadro a Da Vinci cuando se mudaron a una nueva casa o tras el alumbramiento del segundo de los cinco hijos de Lisa.
Leonardo comenzó a pintarlo hacia 1503, y lo dejó incompleto, aunque con los suficientes detalles para atrapar a cualquier espectador. Utilizó la técnica del sfumato para plasmar el esplendor de la figura y el paisaje posterior.
La descripción de La Gioconda de Leonardo, por Giorgio Vasari
Giorgio Vasari, uno de los grandes autores del Renacimiento, habló sobre él en su libro Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos.
“Todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en su cabeza (la de La Gioconda), porque en ella se habían representado todos los detalles que se pueden pintar con sutileza”.
Continúa Vasari: “Los ojos tenían ese brillo y ese lustre que se pueden ver en los reales, y a su alrededor había esos rosáceos lívidos y los pelos que no se pueden realizar sin una gran sutileza”.
“La nariz, con todas esas aperturas rosáceas y tiernas, parecía de verdad. La boca, con toda la extensión de su hendidura unida por el rojo de los labios y lo encarnado del rostro, no parecía color, sino carne real. En la fontanela de la garganta, si se miraba con atención, se veía latir el pulso”.
“Y en verdad”, cierra el escritor italiano, “se puede decir que fue puntada de una forma que hace estremecerse y atemoriza a cualquier artista valioso”.
La inquietante sonrisa de la Mona Lisa
La sonrisa de la Mona Lisa es lo más inquietante. Vasari decía que era “algo más divino que humano”. Alfred Dumesnil, crítico de arte francés del siglo XIX, apuntó que estaba “llena de atracción, pero es la atracción traidora de un alma enferma que retrata locura”.
La BBC recuerda que un aspirante a artista francés, Luc Maspero, se suicidó lanzándose desde la ventana de su habitación en su hotel, supuestamente llevado por los labios de la Gioconda.
“Durante años he luchado desesperadamente con su sonrisa. Prefiero morir”, escribió en su nota de suicidio.
Otro detalle maravilloso de la Mona Lisa está en sus manos. Para el escritor británico Walter Pater, citado por la BBC, su delicadeza nos paraliza e hipnotiza.
El destino del cuadro
El cuadro se encuentra en el Museo del Louvre, en París. Según la tradición, Leonardo lo llevó a Francia, vendiéndoselo al rey Francisco I. Tras pasar de rey a rey, en 1797, tras la Revolución Francesa, terminó exhibido en el Louvre, luego de un paso previo por las Tullerías, durante el consulado de Napoleón.
En 1911, el italiano Vincenzo Peruggia, que quería llevarlo a su país natal por patriotismo, lo robó. Terminó recuperado y devuelto al museo parisino.
Existe una copia muy parecida en el Museo del Prado en Madrid, la más antigua conocida, que hasta la segunda mitad del siglo XIX se consideraba como otra obra de Leonardo. Lo más probable es que haya sido hecha por un alumno del florentino.
En este caso, La Gioconda no sonríe tanto como la “francesa”, sino que posa un poco más seria. Y, aunque es menos famosa que su “hermana” de París, no deja de tener sus seguidores.