En FayerWayer no creemos que el 21 de diciembre se acabe el mundo. Expertos en cultura Maya lo han descartado repetidas veces y no hay razones científicas para creer que una catástrofe vaya a ocurrir. Sin embargo, ante el interés que ha despertado la fecha, decidimos explorar algunos escenarios de fin de mundo interesantes.
No es difícil imaginar lo que muchos pensaron esa semana: Es 2012, de pronto aparecen caníbales, ¿vienen los Zombis?
No muertos
¿Puede un hombre transformarse en un caníbal debido a una enfermedad o una droga? En Resident Evil nos enseñaron que la Corporación Umbrella creó el T-Virus, generador de zombis. En el caso de Rudy Eugene, la policía especuló que no sería un virus lo que provocó su repentino canibalismo, sino que su comportamiento podría deberse a la influencia de las “sales de baño”, una droga sintética que estimula el sistema nervioso central.
“Tiene un efecto alucionógeno importante”, dice el doctor Juan Carlos Ríos, director ejecutivo de Centro de Información Toxicológica de la Universidad Católica de Chile. “Provoca efectos como euforia, taquicardia, hipertensión, y en algunos casos ataques de pánico prolongado”, explica.
Todo parece indicar, sin embargo, que son casos aislados. Tras el análisis toxicológico a Eugene, sólo se encontraron rastros de marihuana en organismo del atacante.
El zombi original viene de la cultura de Haití, y el término se refiere a un cadáver que es reanimado mediante técnicas místicas o mágicas, normalmente para servir como esclavo. En su origen, ser zombi no es contagioso, porque sólo un médico brujo puede transformarte en uno. Bajo esta definición, los casos de Rudy Eugene y Alex Kinyua no serían zombis, puesto que tendrían que haberse muerto y haber vuelto a la vida para caer dentro de la categoría.
El zombi moderno
El concepto moderno de zombi, bastante diferente al de Haití y que vemos abundantemente en videojuegos, series de TV y películas, tiene su origen sobre todo en el largometraje independiente de 1968 “La Noche de los Muertos Vivientes”, de George A. Romero (en el trailer de arriba).
“La película redefinió la idea y el concepto de cómo nos imaginamos los zombis hoy en día. Antes eran ideas emparentadas con el vudú o los vampiros, Romero creó al zombi”, asegura el escritor chileno Francisco Ortega.
En “La Noche de los Muertos Vivientes”, los zombis se configuraron como caníbales insaciables hambrientos de carne humana, además de muertos vivientes. De ahí apareció también la idea del contagio, unida intrínsecamente en la actualidad al concepto de zombi: si te muerde uno, te conviertes en uno.
Desde entonces la mitología de los zombis ha ido variando respecto a qué provoca el “zombismo”: avances científicos, armas biológicas, virus mutantes, etc.
El “zombismo”
Los zombis como enfermedad han sido tratados no sólo en obras de ciencia ficción, sino que también de forma científica. Mientras el gobierno de Estados Unidos tiene un plan de acción en caso de una invasión de este tipo, un grupo de investigadores chilenos crearon un modelo que predice qué es lo que sucedería en caso de la aparición de una infección zombi en el mundo.
“La razón por la que usamos zombis en el estudio fundamentalmente es investigar cómo las situaciones catastróficas afectan al individuo. En la literatura zombi, cuando un ataque ocurre, produce caos social”, explica Tomás Pérez-Acle, doctor en biotecnología, director del Laboratorio de Biología Computacional y uno de los autores del estudio.
A correr en círculos
Aunque los científicos y servicios de salud son clave para detener las epidemias y buscar una cura para los enfermos, hay un asunto que muchas veces no se toma en cuenta al analizar el desarrollo de una enfermedad: el pánico, que depende básicamente de la información, y de factores emocionales.
Todos sabemos que los zombis no existen, pero si vemos a uno… aunque sea alguien disfrazado… corremos, como en el video de arriba.
“Lo principal de nuestro estudio es observar cómo el pánico produce cambios de comportamiento en la persona, dependiendo de la información que tienen. Creamos un sistema que permite modelar a cada persona en forma individual, y modelar el pánico dependiendo de la información que se tenga. Esto se puede aplicar modelando enfermedades reales, teniendo en cuenta factores emocionales”, señala Pérez-Acle.
Considerando que la posibilidad de infección cuando te muerde un zombie es de 100%, y teniendo en cuenta el pánico en el que entrarán las personas a medida que corra la noticia de que hay un brote de “zombismo”, ¿Podríamos sobrevivir?
De acuerdo al “Modelo en base a reglas de un hipotético brote Zombi”, la información se mueve más rápido que la infección, y las personas intentarán escapar de donde viven si saben que hay un zombis cerca (provocando de paso un caos carretero). En un principio no habría una cura o una vacuna para inmunizar a las personas contra el zombismo, pero con el tiempo se podría desarrollar una. Además, lo lógico sería que las fuerzas armadas intentaran retener a la fuerza zombi, o que algunos de nosotros nos convirtiéramos en cazadores de zombis para sobrevivir.
“Según este marco, sí es posible sobrevivir un ataque zombi. Esto, siempre y cuando haya tratamiento para al menos 30% de la población, y se contara con una fuerza capaz de eliminar al agente de contagio, es decir al zombi, equivalente al 10% de la población. Si lo pensamos en Chile, que somos 17 millones, necesitaríamos 1,7 millones de soldados”, explica Pérez-Acle.
“También aunque tengas tratamiento hay problemas para hacerlo llegar a las personas. El modelo se hizo suponiendo que el tratamiento estaba en las ciudades para que cualquiera pudiera acceder a él, pero en la vida real eso sería impracticable.
Aún con todo eso, sólo logramos salvar al 3% de la población“, agrega.
Así que las posibilidades son bastante bajas.
Contagio
Aunque pensar en zombis parece un juego, hay enfermedades que “se comportan como los zombis. Las enfermedades de transmisión sexual por ejemplo, una vez que la tienes, es para el resto de la vida y sigues contagiando a otros. Hay similitudes que pueden ser útiles” al investigar, indica el científico.
Por otro lado, las reacciones de pánico provocadas por zombis, también se repiten con las enfermedades. “¿Te subirías a un avión con 250 personas que no conoces, tosiendo y estornudando, cuando sabes que algunos de ellos podrían portar una enfermedad que podría matarte, para la que no tenemos un antiviral o una vacuna?”, expone en una conferencia TED Larry Brilliant, uno de los médicos que trabajó para erradicar la poliomelitis del planeta. “El mundo como lo conocemos se detendrá”, dice, si la pandemia logra avanzar mucho.
Las pandemias no sólo provocan muerte por causa de la enfermedad: También generan pérdidas económicas, miedo y conductas extremas entre las personas. La peste negra mató a entre 75 y 200 millones de personas en el siglo XIV. La gente culpó a los extranjeros, a los que tenían otra religión y a otros grupos de ser los causantes de la peste, y a muchos se los persiguió y exterminó, sumando sus muertes a las de los enfermos. Otros pusieron la causa de la peste en fuerzas astrológicas, terremotos y otras ideas místicas.
Con el tiempo, hemos ido aprendiendo de las formas de contagio de las enfermedades, y cómo prevenir e intentar evitar una pandemia. En los últimos años hemos tenido casos como el del SARS en 2002 o la gripe “porcina” o AH1N1 en 2009. En ambos casos se aplicaron planes de contingencia que intentaron detener el avance de la enfermedad y contenerla. Así, el SARS mató a 774 personas en el mundo, mientras la AH1N1 fue más grave, causando más de 17.000 muertes entre 2009 y 2010.
Pese a que las medidas lograron evitar que estas enfermedades se volvieran más graves, sí observamos los efectos del pánico: La gente luchaba por conseguir antivirales, aun sin tener un riesgo claro de contraer la enfermedad. Los aeropuertos instalaron estaciones para detectar enfermos, algunos países suspendieron sus vuelos a México, otros interrumpieron el comercio y se hicieron llamados para cerrar las fronteras del país intentando contener así al virus.
Links:
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– This is the end (por Jorge Baradit)