Se trata de un gen muy poco estudiado, el DRD4, encargado de producir dopamina en el cerebro, una de las hormonas que representan químicamente el placer y que, particularmente, ejerce la función de suministrar refuerzo para alentarnos a llevar a cabo determinadas actividades.
La posibilidad de relacionar la propensión al adulterio con la herencia genética motivó que varios científicos de la Universidad de Nueva York investigaran el asunto. A partir de muestras del ADN de dos centenares de voluntarios, los resultados determinaron que aquellos que tenían una variación en el gen DRD4, llamada 7R+, habían sido más infieles en su vida.
La mitad de las personas que tenían esta variación dijeron que eran habitualmente infieles, en comparación con el 22% de los que lo eran sin sufrir esta variación.
¿La infidelidad es diferente entre hombres y mujeres?
Otros datos determinaron que, a pesar de la reputación, no hay diferencia genética entre hombres y mujeres a la hora de ser infieles, ya que la variación 7R+ se encontró en un 23% de mujeres y en un 26% de hombres. Además de ello, el porcentaje de las mujeres casadas que tienen amantes nunca había sido tan alto desde que se recaban datos sobre ello.
De hecho, según reza otro estudio en la Universidad Metropolitana de Manchester, el 15% de las mujeres es infiel, lo que no difiere mucho del 20% de hombres, unas cifras que se han igualado debido a la mayor autonomía del colectivo de mujeres, a su inmersión en la vida laboral y a su independencia económica.
Sin embargo, los estudios son muy incipientes y solo pueden determinar una relación asociativa entre nuestros genes y nuestra capacidad de ser fieles, pero de ningún modo establecer una relación de causa y efecto.
Tener una propensión genética solo es uno más de los factores que nos empujan a buscar una satisfacción que no encontramos en nuestra pareja o en una relación, ya que siempre habrá otros genes y otros factores que marcarán nuestra voluntad de ser de un modo u otro.