Los tardígrados son unos invertebrados microscópicos que han habitado por toda la Tierra por millones de años.
Podemos encontrarlos casi en cualquier lugar del planeta: desde las cimas de las montañas más altas, hasta en los lechos marinos, pasando por lugares cálidos y húmedos como la selva del Amazonas o otros muy fríos, como la Antártida.
Y es que, estos animalitos microscópicos tienen la capacidad de resistir temperaturas casi tan bajas como el cero absoluto y mucho más altas que el punto de ebullición del agua.
Eso gracias a que cuando las condiciones del ambiente son muy extremas entran en un estado de criptobiosis: en el que suspenden su metabolismo y se deshidratan para evitar daños por las temperaturas extremas.
Por esta razón es que a veces se considera a los tardígrados como animales “inmortales”.
Inmortales, pero no para siempre
Aunque en realidad ningún animal es inmortal, ese estado de animación suspendida los salva de las condiciones desfavorables del ambiente y les permite sobrevivir incluso por años en ambientes hostiles.
Esas condiciones extremas no solamente tienen que ver con la temperatura, sino también con la exposición a radiaciones ionizantes.
A otros seres vivos, la exposición a ese tipo de radiaciones de alta energía, como la luz ultravioleta o los rayos, nos causa daños en nuestras células y material genético, e incluso pueden provocar la muerte: esto no pasa con los tardígrados.
Una vez que las condiciones del medio dejan de ser tan extremas y sobre todo, cuando vuelven a tener agua a su disposición, los tardígrados salen de la criptobiosis y recuperan sus funciones metabólicas normales.
Siempre que los tardígrados estén propiamente vivos y activos, pueden morir, tanto de muerte natural como por enfermedad o daños que sufra su cuerpo.
Pero ahora sabemos que incluso el estado de criptobiosis no los hace indestructibles.
Bajo presión
Además de temperaturas extremas y radiación, los increíbles animalitos también han mostrado que resisten presiones extremas: tanto altas como bajas.
En general las células de los seres vivos no pueden mantenerse estables a presiones muy altas, pues se comprimen, o muy bajas pues “explotan”.
Esto sucede por la diferencia entre la presión interior de las células y la del exterior, lo que termina dañando las membranas celulares que a fin de cuentas las rompe.
No es que los tardígrados tengan células súper resistentes a la presión: como se deshidratan durante la criptobiosis, eso hace que sus células sean menos sensibles a los cambios de presión.
Así es cómo pueden soportar presiones mil veces mayores que la presión atmosférica normal e incluso las presiones tan bajas del vacío.
Un pequeño (y último) paso para los tardígrados
Entonces, si los tardígrados son resistentes a las radiaciones y al vacío, ¿por qué no enviarlos a espacio?
Esa es una idea que se ha explorado en algunos experimentos que se han llevado al espacio, como uno en el que recientemente se enviaron tardígrados a la Estación Espacial Internacional.
Aunque eso también se ha explorado de formas menos ortodoxas: hace dos años, la misión israelí de exploración lunar Beresheet, tuvo un alunizaje poco afortunado y terminó estrellándose, junto con todo su cargamento, en el que viajaban unos miles de tardígrados en criptobiosis.
Desde entonces hemos enfrentado la duda de si esos diminutos astronautas siguen existiendo ahí donde cayeron: a fin de cuentas son muy resilientes.
Pero una investigación reciente muestra que tal vez ese fue el último paso que dieron esos tardígrados.
Para conocer si sobrevivieron al impacto, se diseñó un experimento en el que se lanzaron a alta velocidad algunos de estos animalitos, en su estado de animación suspendida, y se encontró que la velocidad y fuerza del impacto, los desintegran.
Esto son malas noticias para los futuros astronautas de misiones tripuladas de exploración lunar: no hay esperanza de revivir a esos tardígrados que viajaron a la Luna.