El lanzamiento de la NES Classic Edition -o NES Mini, si se quiere- no ha hecho más que validar algo que en el mundo de los videojuegos se da por sentado: que la nostalgia es poderosa. Si se trata de recuerdos de juegos retro, no hay catalizador más grande que poner un puñado de juegos ochenteros en un hardware sencillo, darle un envoltorio acorde a 1985 y venderlo por un precio relativamente accesible (en su país original). Nintendo lo hizo otra vez y el resultado está ahí: consola agotada en todos lados, revendedores aprovechando el pánico.
Por supuesto, y como en cada movida de Nintendo, siempre hay detractores. Con la NES Mini la situación no es diferente y desde su presentación hace unos meses atrás apareció el discurso de que “la Raspberry Pi lo hizo antes y mejor”. Aquello no es ninguna mentira: la Raspberry Pi lo hace (mejor o peor, lo podemos discutir), es más barato, es relativamente sencillo armar una consola retro con ese hardware y además no está limitado a 30 juegos o a una sola consola. Como pieza de hardware con un set de funcionalidades, una consola con Raspberry es mucho más flexible y por ende, más “potente”.
Pero hacer o comprar un aparato fabricado a mano no tiene la magia de Nintendo ni causa el efecto de la NES Mini. No compite con algo tan simple como abrir el plástico y encontrarse con una NES bebé que no solo sirve para revivir Kirby sino también como adorno de oficina o escritorio que se ve increíblemente elegante sobre cualquier mesa. En la caja se incluye un poster que nos recuerda que en 1985 “jugábamos con poder” y que ese poder no era otro que unos cuantos miles de pixeles gigantes en una pantalla CRT. El control, con su cable hiper corto, cumple su función a la perfección: jugar pegado a la consola y a la tele, encapsulando en pocos centímetros la desesperación de verse rodeado de enemigos en Ghost & Goblins.
Como si fuera 1987.
¿Por qué la gente compra y necesita la NES Mini? Porque la nostalgia es demasiado poderosa, sobre todo en la generación de los nuevos treintañeros que se criaron al ritmo de los juegos y las consolas de Nintendo. Productos simples que parecen perdidos en el tiempo y que tienen un merecido lugar en la historia. Que nunca serán olvidados gracias a los emuladores que hoy corren hasta en el más sencillo de los teléfonos, pero -y aquí está el golpe ganador de Nintendo- no es lo mismo bajar la última versión del SNES 9X o instalar el RetroPi que abrir una caja de la Nintendo Entertainment System. Aunque sea en tamaño pequeño.
De la NES Mini se pueden decir muchas cosas “negativas”: que el hardware es limitado, que es muy cara, etcétera. Y esas críticas no dejan de tener asidero. Pero la NES Mini, como producto, tiene mucho de intangible y ese intangible es el que le da el verdadero valor agregado al pequeño aparato. Ninguna Raspberry, ninguna consola pirata, ningún emulador puede contra eso.