Recientemente, la revista Observer publicó un artículo sobre la adicción a los videojuegos. La adicción genuina, compulsiva y que altera la vida, ya sea a los videojuegos o a cualquier otra cosa, es, por supuesto, devastadora para quienes la padecen. De hecho, desde que en 2018 la OMS clasificó la adicción al juego como un trastorno específico, el Centro Nacional especializado en Trastornos del Juego creado en el Reino Unido ha tratado a poco más de 1.000 pacientes.
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Afortunadamente, las cifras sugieren que es poco común y afecta a menos del 1% del 88% de los adolescentes que juegan.
El artículo en cuestión preguntaba “¿por qué hay tantos jóvenes adictos a los videojuegos?”, lo que sin duda tocó la fibra sensible de muchos padres que se desesperan por la cantidad de tiempo que sus hijos pasan frente a computadoras y consolas. Sin embargo, en The Guardian fueron un poco más allá: “Si queremos saber por qué muchos adolescentes eligen por su propia voluntad pasar 10 o 20 horas a la semana jugando, en lugar de patologizarlos, deberíamos mirar a nuestro alrededor”, dice un artículo.
En sus palabras, la realidad es que los jóvenes están buscando un escape en los mundos virtuales debido a las limitaciones y presiones impuestas por la sociedad adulta. La falta de oportunidades laborales, la creciente desigualdad, la inseguridad del futuro y la vigilancia constante han creado un entorno hostil para los adolescentes, empujándolos a buscar refugio en los videojuegos.
¿Por qué culpar a los juegos cuando el problema somos nosotros? Los parques, plazas y otros espacios públicos se han convertido en zonas controladas y vigiladas, limitando las opciones de socialización y esparcimiento para los jóvenes. Esta obsesión por la seguridad ha llevado a una sobreprotección que impide a los adolescentes desarrollar habilidades sociales y autonomía.
Además, la precariedad laboral y la dificultad para encontrar empleo estable generan ansiedad y frustración en los jóvenes. El cambio climático, las crisis económicas y la polarización política crean un panorama incierto que genera ansiedad y desconfianza en las generaciones más jóvenes. Así que, en lugar de demonizar los videojuegos, debemos reconocer que los jóvenes están buscando en ellos lo que la sociedad adulta les niega: libertad, conexión y un sentido de pertenencia.
Es hora de cambiar el enfoque
Si queremos abordar el problema de la adicción a los videojuegos, debemos centrarnos en las causas subyacentes y no en los síntomas. Esto implica:
- Crear espacios seguros y accesibles para los jóvenes: Recuperar los espacios públicos, fomentar la participación juvenil en la toma de decisiones y ofrecer actividades recreativas y culturales.
- Promover la educación financiera y la orientación vocacional: Ayudar a los jóvenes a desarrollar las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos del mercado laboral.
- Combatir la desigualdad: Implementar políticas que reduzcan la brecha económica y social, brindando a todos los jóvenes las mismas oportunidades.
- Fomentar la salud mental: Invertir en programas de prevención y tratamiento de la salud mental, especialmente dirigidos a los jóvenes.
En definitiva, la adicción a los videojuegos es un síntoma de una sociedad enferma. Si queremos encontrar una solución, debemos mirar más allá de los juegos y abordar las causas profundas de la crisis que enfrentan los jóvenes.