Desde los principios de la humanidad, una de las grandes preocupaciones es cuándo llegará el fin de esta. Es irónico, pero el ser humano constantemente ha pensado en qué pasará en caso de alguna catástrofe, generada por los dioses, la naturaleza, otro ser humano o elementos espaciales.
Por eso, existen iniciativas como la del Banco Mundial de las Semillas, conocido también como la cámara del fin del mundo o “El arca de Noé de las semillas”.
Es una cámara bajo tierra, en Noruega, a 1.300 kilómetros del Polo Norte, donde se almacena un millón de variedades de 6.000 especies de semillas, de todos los climas y continentes. ¿Por qué la ubicación? Porque está lejos de cualquier zona de conflicto y las bajas temperaturas ayudan a conservar el contenido.
Como explica el diario español El País, el objetivo es “asegurar que el ser humano pueda seguir produciendo alimentos en el caso de que se produzca una catástrofe”.
¿Cómo trabaja el Banco Mundial de las Semillas en Noruega?
La iniciativa es del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), aunque el gobierno de Noruega es el propietario de las instalaciones, ubicada en la isla de Swalbard. De acuerdo con Montserrat Román, de Cinco Noticias, el banco se inauguró en 2008 con los primeros depósitos de semillas.
En la actualidad hay provenientes de África, Asia, Europa y América, destacando las semillas de arroz, maíz, trigo y papa.
Aslaug Marie Haga, vicepresidenta del FIDA y directora ejecutiva de la bóveda, explicó: “El material depositado es necesario para investigar, por ejemplo, para que las plantas puedan adaptarse a los efectos del cambio climático. Actualmente el ritmo es demasiado rápido y no logran adaptarse”.
Solo los funcionarios del gobierno noruego, además de los que designen, tienen acceso a la bóveda.
Así se usaron semillas de la cámara del fin del mundo
¿Se ha activado el protocolo para usar semillas de la cámara? Sí. En 2015, científicos sirios pidieron algunas para recuperar cultivos de plantas.
Debido a la guerra civil que asola al país, los investigadores se trasladaron al Líbano, solicitando 130 cajas de semillas. El fin era reiniciar la colección que tenían en el Centro Internacional de Investigación sobre Agricultura en Zonas Secas, al que no podían acceder por el conflicto.
Con las muestras del banco noruego, los científicos pudieron continuar con sus estudios sobre los cultivos en Oriente Medio.
Es solo un ejemplo de su utilidad que, esperemos, no sea necesario en el futuro… implicando más guerras y destrucción.