Los virus en general no tienen muy buena reputación, mucho menos en estos momentos de pandemia por coronavirus.
Entonces, tal vez se sorprenderían al saber que hay virus que pueden ayudar a combatir infecciones causadas por bacterias patógenas. Quizá su sorpresa sería mayor si supieran que esta no es una idea nueva, sino que tiene más de un siglo.
Pero así es: el uso de virus para tratar infecciones bacterianas es una terapia que surgió antes de que los antibióticos se popularizaran.
Pero justo cuando estos medicamentos se volvieron baratos y comunes, la idea de poner a luchar virus contra bacterias, cayó en el olvido.
Sin embargo, el problema que plantean las bacterias resistentes a los antibióticos, también llamadas superbacterias, ha hecho que se considere de nuevo con seriedad el tratamiento con virus para ciertas infecciones.
Aunque para esto no se puede usar cualquier tipo de virus: solamente a los bacteriófagos.
La historia de los bacteriófagos
La palabra bacteriófago, quiere decir justamente “devorador de bacterias”. Este nombre en griego, fue elegido por el microbiólogo que descubrió este tipo de virus, el canadiense Félix d’Herelle.
Al revisar algunos cultivos de bacterias que tenía en el laboratorio, d’Herelle se dio cuenta que algunos se habían contaminado con otros microorganismos que estaban atacando a las bacterias, pues los cultivos desaparecían: es decir que esas bacterias morían.
Así en 1917 d’Herelle anunció que había descubierto que las bacterias también podían enfermar, y que la causa eran otros microorganismos que resultaban dañinos para ellas. En este caso, estos virus a los que llamó entonces bacteriófagos, a los que ahora también se les refiere como fagos, para acortar.
Con esta conclusión d’Herelle propuso la terapia fágica: un tratamiento clínico para tratar infecciones bacterianas usando bacteriófagos. Empezó probando esta terapia en animales, pero incluso hizo pruebas clínicas exitosas en pacientes con disentería.
Pero, esta terapia terminó siendo opacada al popularizarse el uso de los antibióticos, que eran mucho más fáciles de producir, comercializar y usar, que los virus.
Virus vs superbacterias
Sin embargo con el paso del tiempo nos enfrentamos ahora a la existencia de una mayor cantidad de infecciones que son resistentes a los antibióticos, causadas por las denominadas superbacterias.
Esas superbacterias han evolucionado y ya no son susceptibles a la acción antibiótica de las sustancias que usamos para atacarlas: esto ha creado el problema de que cada vez es más común tener infecciones resistentes y prácticamente intratables.
Los químicos, microbiólogos y médicos, buscan entonces nuevos antibióticos que pudieran ser eficaces, pero también revisan alternativas al tratamiento convencional.
De esta forma se ha empezado a voltear la atención de nuevo hacia los bacteriófagos: a la misma terapia fágica que propuso hace un siglo d’Herelle.
Una de las ventajas que tiene este tipo de tratamiento, es que los fagos son muy específicos: solamente atacarán a las bacterias patógenas, no dañan nuestras células, ni tampoco destruyen a bacterias benéficas que tenemos en nuestro organismo.
Pero que sean tan específicos plantea también una desventaja: el tratamiento debe administrar exactamente el tipo de fagos que sean afines a la bacteria que causa la infección.
Luego aunque no atacan a las células del cuerpo, nuestro organismo puede reconocerlos como un microorganismos indeseable y atacarlos antes de que logren su cometido.
Sin embargo la terapia fágica moderna considera estas complicaciones y lo que se está buscando es diseñar fagos modificados genéticamente que sean siendo efectivos contra las bacterias, especialmente contra aquellas que son resistentes a los antibióticos.
Entonces ahora ya lo saben: algunos virus podrían ser nuestros aliados.