Los antibióticos se consideran una de las más grandes innovaciones en la medicina del siglo XX. Quizá la mayor de todas.
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Y es que estos fármacos no solo llegaron a combatir infecciones por bacterias que incluso llegaban a ser mortales, sino que revolucionaron todo tipo de intervenciones clínicas: desde cirugías, hasta tratamientos contra enfermedades tan complejas como el cáncer.
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Cada vez es más común escuchar que los antibióticos con los que contamos ahora no son suficientes para tratar las infecciones bacterianas con las que nos enfrentamos.
Así que podríamos preguntarnos por qué llegamos a esta situación, y la respuesta a esto la podemos encontrar en parte en los comportamientos humanos y en parte en la evolución de las bacterias.
Historia de los antibióticos
Aunque los antibióticos modernos, tal como los conocemos, tienen una historia más o menos reciente, de poco más de un siglo, en realidad el uso de sustancias con estas propiedades se remonta a miles de años atrás.
Sin duda la medicina moderna tiene sus raíces en algunas prácticas antiguas, entre las cuales se cuenta el uso de plantas u otros productos naturales para tratar ciertas condiciones. Se tiene registro que en el antiguo Egipto se usaba pan mohoso para tratar heridas infectadas.
Pero en realidad esos médicos antiguos poco sabían que lo que estaban usando era una sustancia para detener la proliferación de bacterias: pues no conocía que los microorganismos patógenos eran los causantes de esas y otras infecciones.
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Eso no sucedió hasta mediados del siglo XIX, cuando el químico francés Louis Pasteur demostró que los contagios de ciertas enfermedades suceden por la propagación de bacterias patógenas.
Una vez que se entendió esto, se comenzaron a buscar medios para combatir a esos microorganismos. El primer antibiótico diseñado como tal, fue la arsfenamina, una sustancia efectiva para el tratamiento de la sífilis, una enfermedad venérea de origen bacteriano.
Este compuesto fue sintetizado por el médico alemán Paul Ehlrich, y se comenzó a comercializar en 1910 bajo el nombre de salvarsán. A Ehlrich se le reconoce como el padre de la quimioterapia: el tratamiento de enfermedades con sustancias químicas.
Evolución y malas decisiones
En 1928 otro médico, el británico Alexander Fleming, encontró que la sustancia que producían ciertos hongos, de nombre científico Penicillium notatum, tenía el efecto de destruir cultivos microbianos. Así surgió la penicilina: el primer antibiótico obtenido de una fuente natural.
Desde entonces los químicos, médicos y microbiólogos han desarrollado una gran variedad de antibióticos para tratar enfermedades infecciosas causadas por diferentes tipos de bacterias.
Pero, recientemente tenemos una crisis de los antibióticos, ¿es porque los seres humanos ya no respondemos igual a esos tratamientos?
En realidad las personas no podemos ser “resistentes a los antibióticos”, a final de cuentas el efecto que tienen esas sustancias va directo contra los microorganismos. Paul Ehlrich, quien sintetizó el salvarsán nombró a estas sustancias como “balas mágicas”: pues atacan a los microorganismos invasores, causando poco daño al cuerpo.
Así que si un antibiótico no funciona, es porque algo sucedió con esos microorganismos patógenos que ahora son menos susceptibles a ciertas sustancias.
En realidad siempre han existido algunas bacterias resistentes a los antibióticos en las poblaciones de estos microorganismos. Solo que nuestro mal uso de los antibióticos les ha dado la oportunidad evolutiva de proliferar, al grado que para algunas bacterias nos estamos quedando sin opciones.
Ese mal uso tiene que ver con la automedicación, los tratamientos que no completamos, hasta el hecho de que los antibióticos a veces se recetan en casos indebidos: cuando hay infecciones virales, por ejemplo.
Así que de ser balas mágicas, ahora nos estamos quedando con antibióticos son balas de salva.