La Luna, el satélite natural de la Tierra, está unida a nuestro planeta por una fuerza invisible pero muy importante: la gravedad.
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Isaac Newton, en el siglo XVII, en su libro Principios matemáticos de la filosofía natural, fue la primera persona en describir matemáticamente esa interacción que ocurre a distancia entre dos objetos y que se debe a que pesan, a que tienen masa.
Con el avance de la física en el siglo XX, Einstein describió la gravedad más que como una fuerza, como un efecto de la curvatura del espacio.
Pero para fines generales, la mecánica clásica de Newton, sigue siendo útil para explicar y entender cómo funcionan ciertas cosas, como la atracción entre la Luna y la Tierra.
La gravitación universal de Newton, explica que dos objetos se atraen entre sí con una fuerza que es proporcional a sus masas: es decir que mientras más masa tienen, más atracción hay. Pero también esa fuerza va disminuyendo exponencialmente con la distancia: a mayor distancia, menor atracción.
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Quizá lo más importante de esta descripción es que la gravitación funciona en los dos sentidos: los objetos se atraen mutuamente. Esto quiere decir que la Tierra atrae a la Luna, pero la Luna también atrae a la Tierra.
Si esa atracción va en ambos sentidos, podríamos preguntarnos, por qué la Luna no se precipita hacia nuestro planeta.
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Caer con estilo
Aunque en las noches de luna llena nos parezca muy cercana, nuestro satélite está a casi 400 mil kilómetros de distancia.
Esa es una distancia grande pero es suficiente para que la Tierra y la Luna se atraigan una a la otra, pero además para que haya un equilibro en esta atracción.
Podríamos incluso decir que la Luna y la Tierra están cayendo una hacia la otra, de manera infinita, pero en lugar de acercarse y chocar, lo que sucede es que la Luna orbita a nuestro planeta.
Ese es un efecto similar a lo que ocurre con los satélites artificiales que están en órbita, o lo que pasa con la famosa Estación Espacial Internacional: en realidad es como si estuvieran cayendo a la Tierra constantemente, sin “terminar” de caer.
Pero aún así, podríamos preguntarnos si no podría suceder algo que desequilibrara el balance en la atracción e hiciera que la Luna se precipitara hacia nuestro planeta.
Desastre universal
Sin saber mucho de cómo podría ocurrir, no es difícil imaginar que el desenlace de ese evento no sería nada agradable.
Pero para entender si el desarrollo de ese evento catastrófico sería posible, necesitamos recurrir a la gravitación universal de Newton.
Si pensamos que pudiera existir una fuerza misteriosa que empujara a la Luna más cerca de la Tierra: eso haría que la atracción entre ambos objetos fuera mayor, pero no implicaría que la Luna se precipitara al instante.
En realidad el proceso sería mucho más complejo que eso, pues la Luna también gira sobre su eje y el impulso de ese movimiento también influye en su órbita.
Así, Allain encontró que la única forma en que sería posible que la Luna “cayera” hacia nosotros es si dejara de moverse: es decir que no avanzara en su órbita, ni rotara. Pero para que esto sucediera realmente tendría que pasar algo muy extraño o misterioso.
Así que ya saben: por lo pronto pueden quitar de su lista de preocupaciones que la Luna caiga hacia la Tierra. Menos mal.