Los insectos son los animales más diversos y abundantes del planeta: conocemos al menos un millón de especies diferentes de ellos, además de que se estima que hay 200 millones de insectos por persona.
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Además están por todas partes, pues se han adaptado a casi todo tipo de hábitats: desiertos, bosques, selvas. E incluso sobreviven en los entornos urbanos.
Así que si ponemos atención, casi todos los días podremos notar alrededor a algún insecto o varios, pero por supuesto no vemos millones de ellos todos los días.
Eso tiene que ver con que en general son seres pequeños, de unos cuantos centímetros o menos.
Existen contadas excepciones de insectos que podemos considerar “grandes”, como algunas especies de mariposas nocturnas que tienen alas con envergadura de hasta 30 cm.
Así que podríamos preguntarnos por qué no hay insectos más grandes.
Insectos gigantes ancestrales
Actualmente tal vez sean raros los insectos grandes, pero tenemos evidencias de que en ciertas eras geológicas sí existieron insectos gigantes.
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El animal más grande de este tipo, del que se tiene registro, un insecto alado género Meganeura, que vivió hace unos 300 millones de años, con alas de 60 cm de envergadura: el equivalente a la de una paloma.
A pesar de su enorme tamaño de las Meganeura, debían tener una apariencia similar a las de las libélulas actuales, que aunque no son insectos pequeños, no se comparan con sus ancestros, pues sus alas extendidas cuando mucho miden 12 cm.
También sabemos que hace unos 220 millones de años existieron saltamontes que tenían alas que extendidas llegaban a medir 20 cm, cuando algunos, de las especies actuales, son tan pequeños, ni siquiera llegan a tener alas.
Además existieron otros bichos gigantes, que no necesariamente se clasifican como insectos, como algunos artrópodos, específicamente unos miriápodos enormes del género Arthropleura, que podían medir desde 30cm hasta un poco más de 2 metros.
Bosques de carbono
Esos bichos, ya fueran insectos o artrópodos, tenían algo en común además de su descomunal tamaño: todos compartieron el mismo tiempo geológico: el carbonífero.
Este periodo forma parte de la Era Paleozoica, se sitúa entre 300 millones y 250 millones de años atrás.
El nombre de este periodo quiere decir “portador de carbono” y tiene que ver con que los estudios geológicos indican que las rocas de esos tiempos tienen un alto contenido de ese elemento.
Esos depósitos de carbono surgieron a partir de las grandes extensiones de bosques que posteriormente terminaron sepultados y con la degradación de la materia orgánica contribuyeron al enriquecimiento del suelo con carbono.
Ese tiempo también se caracterizó por mucha actividad tectónica y formación de muchas montañas.
Además, el carbonífero tiene otra característica muy particular: es la época de la historia geológica de la Tierra que ha tenido la concentración más alta de oxígeno en la atmósfera: 35%, cuando en la actualidad es de 21%.
Más oxígeno, por favor
Es justo la concentración de oxígeno la que favoreció que en ese tiempo existieran insectos gigantes como los que se han descrito.
Los insectos, como nosotros y todos los animales, requieren oxígeno para su metabolismo. Es decir, el conjunto de reacciones químicas que nos dan energía para funcionar.
Mientras más grande sea el tamaño del organismo más energía requiere. Así que o el metabolismo es muy eficiente para usar el oxígeno que tiene a su disposición o tiene un excedente de ese recurso.
Esa segunda opción es lo que promovió que en el carbonífero pudieran existir invertebrados gigantes: había mucho oxígeno disponible.
Cuando las condiciones atmosféricas cambiaron y hubo menos oxígeno disponible, la evolución hizo lo suyo.
Así los insectos e invertebrados más pequeños tuvieron las mejores oportunidades de adaptarse y sobrevivir.
Así que no se preocupen: el mosquito que los molestará hoy por la noche, no medirá más de dos centímetros.