¿Qué pasaría si no solo nos saltamos una de nuestras rutinas de higiene dental, sino todas? Spoilers: los resultados no serían nada agradables, para los demás por supuesto, pero tampoco para nosotros.
Breve historia de la higiene dental
Lavarnos los dientes tres veces al día, cambiar el cepillo de dientes cada dos o tres meses. Ir al dentista cada año. Ese es el tipo de higiene dental al que estamos acostumbrados en la vida moderna.
Por supuesto esas rutinas no existieron siempre. Aunque hay registros antiguos en textos sumerios, chinos y egipcios ya advertían sobre que era importante limpiarse los dientes.
Los antecedentes del cepillado fueron otras cosas: masticar ramas secas de árboles, o usar pedazos de ellas como palillos para retirar la comida atrapada entre ellos.
Los cepillos de dientes no aparecieron hasta muchos siglos después, en Inglaterra alrededor de 1780 se empezaron a producir masivamente, cuando William Addis diseñó el primer prototipo.
Dolor de muelas
Cepillar los dientes se volvió común entonces desde el siglo XIX y se reconoció que no hacerlo tenía implicaciones en la salud.
Los empleadores en fábricas de principios del siglo XX promovían que los obreros se cepillaran los dientes: un dolor de muelas se convertía en una ausencia en la línea de producción y eso no era conveniente.
Evitar otros dolores de muelas también hizo que la higiene dental se popularizara aún más: se piensa que el cepillado diario de dientes se volvió más común después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército de EE. UU. lo promovió entre sus soldados.
¿Qué pasa si dejamos de lavarnos los dientes?
Cuando nos lavamos los dientes retiramos restos de comida y también una capa de bacterias que se forma sobre ellos: la placa dental.
Si no los lavamos continuamente las bacterias se dan un festín con la comida que dejamos ahí y se reproducen alegremente.
Queda claro que de lo primero que tendríamos que preocuparnos es del mal aliento producido por las bacterias.
Además con el tiempo eso da lugar al sarro, que es placa endurecida al combinarse con ciertos minerales, que ya no se quita con el cepillado normal. Por eso hay que ir al dentista.
Luego esas bacterias pueden empezar a atacar el esmalte, el material del que están hechos los dientes, causándonos caries. Eso produce dolor, pero también contribuye a que se nos caigan los dientes.
Las bacterias no solo atacan el esmalte de los dientes, sino también las encías.
Así que tendremos dolor, encías sangrantes, menos dientes y nadie querrá hablar con nosotros por el mal aliento.
Por si eso no fuera poco, a largo plazo nuestras complicaciones irán más allá de nuestra boca: las bacterias ahí alojadas pueden tomar otros caminos.
Existen neumonías ligadas a la mala higiene dental, porque las bacterias de la boca pueden llegar a los pulmones o peor aún al cerebro, donde causan abscesos, que son graves si no se tratan.
También se ha ligado la mala higiene dental con enfermedades del corazón, abortos espontáneos, diabetes y hasta disfunción eréctil, pero en esos casos no se tiene claro si la relación es totalmente directa.
De cualquier forma, sin importar que ahora nadie vea su sonrisa porque usan una mascarilla, cuiden su salud y no olviden cepillarse los dientes por dos minutos, por lo menos dos veces al día.