Esta semana se estrenó en todo el mundo Rocketman, la película biográfica de Elton John, una cinta que, para ser honestos, no esperábamos y que pasó relativamente desapercibida si la comparamos con lo que pasó con Bohemian Rhapsody, sin embargo, esta reseña intentará hacerle justicia a una de las mejores producciones que han pasado por nuestro cine durante este año.
No sé si todo lo que viene entra en la categoría de spoiler, porque la historia de Elton John es de conocimiento público, pero ojo, porque acá empezamos con los detalles de esta historia.
La historia comienza en la más tierna infancia de Reginald Dwight, nombre real del músico inglés, en donde se muestra que, incluso desde una edad bastante temprana, comenzó a mostrar habilidades notables con el piano gracias a su oído privilegiado. Desde ahí, la historia comienza a avanzar con algunos quiebres musicales muy al borde del estilo de Bollywood, pero antes de que te asustes al leer esto, déjame contarte algo importante: odio los musicales, pero disfruté este como ningún otro.
Lo bueno
Si hay algo que Rocketman y Game of Thrones tienen en común, es que las dos son historias que, en esencia, tienen factores que no me agradan en lo absoluto. Un musical y cuentos medievales con dragones no podrían aburrirme más, pero cuando la narración es contada de manera casi perfecta, con buenos elementos, escenas fuertes —que Hollywood suele maquillar, pero acá no es el caso— y diálogos potentes, las cosas comienzan a cambiar. La biopic de Elton John contiene todo esto y más, llegando a ser la Bohemian Rhapsody que realmente merecíamos.
Es odioso entrar en comparaciones, pero acá vienen completamente al caso. Ambas cintas fueron dirigidas por Dexter Fletcher (él se hizo cargo de la producción de Queen cuando ocurrió todo el escándalo con Bryan Singer), por lo que estamos hablando de varios puntos en común que justifican todo esto.
Además de lo anterior, hay que destacar a Taron Egerton. Está bien, puede no parecerse mucho al artista físicamente y de pronto su voz no es tan privilegiada —en caso de que haya cantado él las canciones, honestamente, no lo sé—, pero su performance en pantalla es notable, y en gran medida, es el responsable de que esta cinta sea el éxito que es. Es dramático cuando hay que serlo, es una diva cuando el papel lo amerita y es un artista integral cuando el guión así lo dicta. Si Rami Malek fue un buen intérprete de un músico como Freddie Mercury, acá la pelea está bastante apretada.
Otro punto aparte es el pequeño Matthew Illesley, quien con sólo nueve años de edad, es el encargado de darle vida a un pequeño Reggie Dwight. No es broma cuando digo que debemos aprendernos de memoria su nombre, porque seguramente, en un futuro cercano, será una de las estrellas de la actuación. Su interpretación es increíble y no hay absolutamente nada malo que decir aquí.
Finalmente, lo que más resalta es la honestidad con la que todo nos es mostrado en Rocketman. Contrario a lo que ocurrió en Bohemian Rhapsody, en donde muchas de las situaciones fueron suavizadas para el público general, acá podemos ver los gustos sexuales de Elton, las drogas que consumía, la relación tormentosa con sus padres y cómo el director ni siquiera se molestó en omitir que, en varias ocasiones, Reginald era un verdadero imbécil con quienes le rodeaban. Cosas así, la honestidad en grandes producciones como esta, se agradecen de sobremanera.
Lo malo
Quizás más por gustos propios, a ratos me chocó que las canciones interrumpieran los diálogos en momentos importantes, como la primera pelea-no-pelea entre Reggie y su compañero letrista Bernie Taupin (según la cinta, nunca han tenido una discusión fuerte, a pesar de que en la película nos muestran todo lo contrario). Si bien la idea es destacar la música y sacar regalías por el copyright, de pronto este tipo de cosas juegan en contra para la narrativa final.
Otro de los puntos negros de Rocketman, si es que los podemos llamar así, fue el matrimonio entre Elton y Renate Blauel, mujer con la que estuvo casado durante algún tiempo. Más allá del chiste final sobre la felicidad del artista (“la verdad es que soy gay, así que no fui feliz”), esta relación no se desarrolla demasiado. Hay un par de escenas que muestran que todo iba viento en popa, hasta que lentamente las cosas comenzaron a irse al carajo, pero más allá de eso, nada más. Posteriormente, podemos notar que Reginald sentía que estaba negando su propio ser al estar metido en una relación heterosexual, pero de pronto faltó un poco más de historia en todo esto. También, quizás sea cosa de gustos.
Conclusión
He dudado durante varios días sobre si este es o no un posible candidato a los premios de la Academia, pero la verdad es que me inclino por el sí. En estricto rigor, tiene todos los elementos que los festivales y premiaciones como esa prefieren, pero para el público general, es un tremendo filme que no nos podemos perder.
Y sí, es mil veces mejor que Bohemian Rhapsody.