Los robots han sido una ayuda realmente útil en los últimos años. Hemos estado usándolos para diversas tareas: exploración espacial, entretenimiento, limpieza, y sobre todo, realizar trabajos que los seres humanos se niegan a hacer o en los que no son tan eficientes. De hecho, se sabe que esta será una tendencia que marcará el mundo en los próximos años.
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Pero así como se han vuelto populares rápidamente, también serán más sofisticados con el paso del tiempo. Podrán hacer más funciones con una efectividad increíble, serán cada vez más prácticos y hasta podrán aprender por sí solos lo que no tienen programado. No solo eso, sino que eventualmente podrían verse y actuar de forma muy similar a los seres humanos. (Sí, la idea de Detroit Become Human puede no ser muy descabellada).
Teniendo todo esto en cuenta, ¿seríamos capaces de sacrificarlos por un bien mayor? La mayoría respondería que sí después de ver a los robots como los típicos armazones metálicos dispuestos a servirnos a toda costa. Sin embargo, puede que esto no sea del todo cierto.
Este tema fue planteado por científicos de la Universidad de Radboud y Ludwig-Maximilians-Universitaet de Munich. Querían saber qué tanto un ser humano podría ser capaz de empatizar con robots. Por ejemplo, preocuparse sobre si su integridad o su «vida» puedan verse amenazadas por diversos factores. Para ello diseñaron un experimento y pusieron a prueba a unos cuantos voluntarios:
Los resultados del experimento
En un principio el experimento era fácil. A cada persona la ponían en una situación hipotética de tratar de salvar a un grupo de seres humanos en peligro. Sin embargo, lo único que podían hacer era sacrificar a otro individuo para salvar a los demás.
Teniendo esto en cuenta, les mostraban imágenes de los posibles sacrificios. Entre ellos estaba una persona, varios robots con una apariencia mecánica definida y finalmente robots muy parecidos a los humanos. Lo que descubrieron fue increíble: mientras más se parecía un robot a una persona, menos probabilidades tenía este de ser sacrificado.
Pero no solo es eso, pues también añadieron componentes de personalidad. Así, las máquinas también fueron retratadas adoptando actitudes propias de un ser humano: ser consciente de su existencia, mostrar emociones y hasta tener capacidad de sentir dolor. Mientras más parecidas resultaban ser a una persona, al parecer más empatía sentían los voluntarios hacia ella.
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Así lo señaló Mark Paulus, uno de los autores del estudio:
Cuanto más se representaba al robot como humano, y en particular, más sentimientos se atribuían a la máquina, menos se inclinaban nuestros sujetos experimentales a sacrificarla. Este resultado indica que nuestro grupo de estudio atribuyó un cierto estatus moral al robot. Una posible implicación de este hallazgo es que los intentos de humanizar a los robots no deben ir demasiado lejos. Tales esfuerzos podrían entrar en conflicto con su función prevista: ayudarnos «.
¿Llegaremos al punto de valorar de esta manera la «vida» robótica?