Cuando se habla del Huawei P20 Pro todo son risas y alegría, pero no para mí. Me duele el estómago de pensarlo, porque desde que se presentó lo quise, y no cualquiera, en color Twilight.
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Hasta que pasó, llegó a mis manos después de una larga espera e informaciones cruzadas. Estaba nuevo, de verdad, impoluto, cristalino, perfecto. Era material para usar día a día.
Así fue como una tarde, hace dos semanas, bajé de mi puesto en la redacción para tomar una bebida y quizás comer algo. Compré un muffin (o queque no más en Chile), mientras a la salida del edificio revisaba mis redes sociales y comía. Así fue como en un acto de torpeza y estupidez se me resbaló el equipo, que por cierto estaba ocupando con carcasa, pero soy un ser de luz (?).
El tiempo se detuvo, mientras veía dos cosas en el aire: el queque y mi reluciente Huawei P20 Pro. Adivinen qué decidí salvar… el queque ¿Por qué? Probablemente por gordo. No pensé con claridad, qué idiota.
Tocó el piso y el sonido fue seco, corto, y me dije: «probablemente no pasó nada». Muy equivocado. No solo se había roto la pantalla, esta se apagó por completo, el daño era mayor. Gracias Murphy, a pesar de tener una carcasa puesta, cayó impactando de lleno el frontal.
Mis compañeros de oficina miraban con terror, mientras otro se reía. Espero que lo despidan, aún guardo rencor. No quería aceptar la realidad y gracias a la naturaleza de mi trabajo manejo otros equipos, no fue tan grave, pero aún así me dolía el alma.
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Ya en mi casa le saqué fotos a modo de testimonio de mi torpeza. No crean que no me duele verlas, es asqueroso, repugnante, trágico.
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Pasaron un par de días hasta que llegó la hora de hacerme cargo. Lo más fácil era llamar a algún amigo en la marca y pedirle asistencia, pero vi una oportunidad: ver qué tan real es el tema del servicio técnico en Chile, porque se llenan de promesas en su página y nada puede ser tan perfecto.
Una mañana, con nada respaldado y solo con mucha fe me dirigí a la tienda del Mall Plaza Vespucio. No hubieron preguntas, nadie me juzgó, tampoco risas. Un pequeño papeleo y ya está, se fue al servicio técnico. Me ofrecieron un celular de respaldo por la hora que se iban a demorar en arreglarlo ¿Qué? ¿Una hora?
Sí, les dije que no necesitaba, que gracias y que me llamaran cuando estuviera listo. Pasaron 47 minutos y ya debía ir de vuelta a la tienda.
El teléfono estaba como nuevo, como si nada hubiera pasado, nadie me cobró nada y sí, aún mantenía la misma resistencia al agua.
En un mundo normal todo lo anterior sería lo lógico, pero no, en Chile estamos acostumbrados a que nos traten pésimo y nos cobren por todo, que se nos cuestione y que las garantías sean mentiras y estén llenas de trabas.
Es por eso que hoy agradezco, ni siquiera que Huawei esté haciendo algo bien, que simplemente estén haciendo lo que corresponde, y que sin tener que usar mi posición privilegiada como periodista de tecnología, le respondan por igual a todos sus clientes que invierten en algo que no es barato.
Ojalá se mantengan así con el tiempo y no cambien, porque esta es una historia que al menos a mí me sirve en el futuro al momento de determinar una opción de compra.
Como nuevo, pero aún no le pongo mica de vidrio y debería comprarle una mejor carcasa. Debería, lo sé, ya encargué.