El 25 de abril de 1986 ocurrió uno de los mayores desastres de la historia mundial. En el norte de lo que hoy conocemos como Ucrania, a tan solo unos 152 kilómetros de Kiev, se encuentra el pueblo fantasma de Pripyat. En ese pequeño pueblo funcionaba la planta nuclear de Chernobyl, hasta que el reactor #4 se sobrecalentó y estalló. La acción provocó la liberación de toneladas de material radioactivo en la atmósfera, dejando secuelas que actualmente perduran.
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Se calcula que la explosión liberó 400 veces más material radioactivo que la bomba atómica de Hiroshima. Por este motivo el pueblo de Pripyat y alrededores fueron evacuados y no volvieron a ser poblados jamás.
Se delimitó un espacio llamado la Zona de Exclusión de Chernobyl (CEZ) que actualmente ocupa 2.600 kilómetros cuadrados alrededor de la planta nuclear. Dicho espacio es inhabitable e inaccesible al público salvo permiso especial por turismo. Además, los niveles de radiación en la zona todavía se mantienen peligrosamente altos.
Es por eso que al mundo científico le sorprendió que fuera posible la existencia de vida en la zona. A pesar de que creyeron que el lugar iba a ser una tierra yerma y sin vida, la vegetación continuó creciendo sin ningún cambio aparente. Pero eso no solo fue el caso de las plantas.
Negándose a desaparecer
También se dieron cuenta que los lobos grises siguen existiendo en la zona. No solo eso, sino que se calculó que la densidad de esta especie de lobos es hasta siete veces mayor que en otras reservas naturales. Aparentemente son lobos sanos que viven sin la molestia de encontrarse con seres humanos. No obstante, no se sabe qué clase de mutaciones genéticas hayan tenido.
Un estudio publicado en European Journal of Wildlife Research dio testimonio de los hábitos de estos lobos. Básicamente, los científicos les pusieron collares GPS a 14 caninos. 13 de ellos en etapa adulta (Más de 2 años de edad) y otro un poco más joven de entre 1 y 2 años. La mayoría de los lobos, siendo autóctonos del lugar, no se desplazaron más allá de la Zona de Exclusión. Sin embargo, se reportó que el más joven se alejó más de 300 kilómetros del lugar.
Al parecer el collar dejó de funcionar adecuadamente porque perdió el rastreo del animal. En ese sentido nunca se determinó si el lobo regresó a la CEZ en determinado momento, o si deambuló una distancia mayor. De todas formas es la primera vez que se observa este tipo de comportamiento. Esto llama la atención pues su interacción con otros seres podría terminar difundiendo los posibles genes mutantes que posee.
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Uno de los autores,
Una pregunta que surge es si los animales nacidos en la zona de exclusión están trayendo mutaciones con ellos a medida que se adentran en el paisaje, porque con Chernobyl, lo primero que la gente piensa son mutaciones. Sin embargo, no tenemos evidencia para apoyar que esto sea sucediendo. Es un área interesante de investigación futura, pero no es algo de lo que me preocupe».
Este tipo de hallazgos cambia un poco las ideas concebidas que habían sobre Chernobyl. Por ahora la ciencia no halla una respuesta al crecimiento de la vida en una zona tan irradiada. Eso sí, lo que más llama la atención serían las posibles mutaciones que experimentan los individuos que hoy habitan en el lugar. Byrne agregó que los lobos observados eran en apariencia normales. Incluso el investigador hizo un comentario algo curioso: «todos tenían cuatro patas, dos ojos, una cola y ninguno brillaba».