El pasado 26 de septiembre, Intel anunciaba con bombos y platillos Coffee Lake, su octava generación de procesadores que saldrían a la venta a comienzos de octubre. Todo era felicidad para el fabricante, aunque la perspectiva del tiempo (y la realidad) tal vez nos cuenta otra historia.
Y es que en septiembre, Intel ya sabía de los problemas de seguridad que traían sus procesadores. Coffee Lake es solo la generación más reciente de chips que tienen problemas con Meltdown (la que afecta solo a Intel) y Spectre y aún así, la compañía decidió lanzarla a la venta como si nada pasara.
¿Qué debió haber hecho Intel? Tal vez retrasar el lanzamiento de Coffee Lake, pero ¿era un movimiento así de grande realmente factible? ¿Cuántas sospechas hubiera levantado de que algo grave estaba sucediendo? Al hablar de compañías de tal magnitud, es imposible retrasar uno de sus productos más importantes sin que nadie se cuestione los por qué.
El problema es que, a la luz de lo sucedido, Intel realmente no tenía escapatoria. Las demandas no demoraron en llegar; tres diferentes en Estados Unidos y lo más probable es que aparezcan otras. Aparte, está el caso de su CEO Brian Krzanich que en noviembre pasado se deshizo de la mitad de sus acciones y es difícil creer que no hay relación entre esa venta y lo que se conoció hace unos días.
Solo el tiempo dirá cuanto afecta realmente la situación a la compañía completa, pero lo cierto es que más allá de los esfuerzos por decir que todo en realidad es grave pero no tan grave, Intel lo tiene muy complejo para escapar de esto sin cicatrices.