Luego de un proceso de producción tormentosa Twin Peaks ha llegado a su fin, y nos deja incluso con más dudas que la última vez que esta saga “terminó su historia”, allá por 1991.
Lo cierto es que esos primeros 30 episodios terminaron convirtiéndose en el germen que dio origen a una metamorfosis en la industria de la TV. La influencia de Twin Peaks y su forma de reinventar la narrativa convencional es algo que se sigue viendo aún en las series más recientes, sin importar su plataforma de difusión.
Este 3 de septiembre de 2017 Twin Peaks: The Return emitió al hilo los últimos dos episodios de su tercera temporada, cerrando ahora sí, definitivamente (al menos al momento de redactar esto) la historia del Agente Cooper y Laura Palmer. Aunque eso no signifique, ni remotamente, que todo los misterios han sido respondidos.
La realidad es que luego de la emisión del final ni siquiera los involucrados detrás de la serie, quienes actuaron en esa última escena, saben exactamente de qué se trató ese desenlace.
Así que la mejor despedida posible es un texto de mera opinión, sobre la experiencia personal de vivir esta travesía de años, con la invitación abierta a compartir sus puntos de vista, respetuosos, en la sección de comentarios.
Resulta imposible dar algún spoiler concreto, porque sólo David Lynch sabe qué fue lo que contó.
Cae el telón
Twin Peaks es una de las cosas más fascinante y a la vez desconcertantes que ha sucedido en la historia de la televisión. Por fin terminó un camino convertido en bucle, una condena al héroe que tardó 27 años en descubrirse como el sueño de alguien más, que aún después de casi tres décadas no sabemos a quién pertenece. Tal vez porque en el fondo es de todos.
Twin Peaks es, muy probablemente, el rompecabezas más definitivo (y definitorio) de la cultura popular moderna. La piedra angular de cualquier pieza decente de televisión que hayamos visto en los últimos 30 años.
A esta locura inexplicable le debemos los X-Files, Game of Thrones, Breaking Bad, Six Feet Under, The Sopranos, House M.D., The Leftovers, House of Cards, True Detective y prácticamente cualquier serie que se haya atrevido a contar algo distinto, luego de que David Lynch tirara a patadas las puertas que separaban al cine y la fantasía de la TV.
Twin Peaks es un laberinto que sabe a hogar, una pesadilla impredecible plagada de absurdos de la que jamás quisieras despertar, porque el horror y el sinsentido pueden saltar de un segundo a otro, igual que la gratitud milagrosa y la fe en que al final todo estará bien. Sobre el final me quedo con la perturbación y la melancolía. Con la conmoción detonada por ser testigo de una acrobacia tan caprichosa como inconcebible, donde todos los puntos ahora conectan, dejando la reconfortante certeza de que nada tiene mayor sentido que un sueño circular, que una confesión infinita susurrada al oído. Es el hombre solitario en una cafetería, esperando desamparado a que la mujer que ama lo tome de la mano. Es el destino de quien tiene que dar un puñetazo a lo que no comprende. Es el idiota permanente que logra hacer felices a todos. Es el baile lento donde la pista se abre y el mundo se detiene, para romperse como una fantasía desamparada desde un manicomio. Es la esperanza donde no hay caminos. Es el amor condenado a escondidas bajo otros nombres. Es el eco de un grito que se repite igual en otro tiempo, en otra dimensión, en otro fracaso. Es David Bowie que canta todo desde una tumba metálica. Es emoción, derrota, compasión y pena. Qué ganas de nunca dejar ese lienzo y qué lástima que terminó el camino. Qué gusto tener más preguntas que respuestas. Y qué demonios hiciste, Lynch. Hay una legión de devotos que podría esperarte otros 25 años. “See you at the curtain call.”