Cuando compras un teléfono móvil siempre está la excitación del juguete nuevo. Sacarlo de la caja, remover la envoltura, prenderlo por primera vez, ver qué tal la pantalla de la que todos vienen hablando, tener el aparato que te han prometido te pondrá en la cima de la cadena alimenticia de los terminales. Pero ¡oh, sorpresa! tu operadora te ha llenado de aplicaciones que nunca ocuparás, y que por el mero hecho de estar preinstaladas ya te dispones a no querer verlas jamás.
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Como si no bastara con muchas capas de Android que usan los fabricantes que son simplemente irrisorias, con dos calculadoras, un antivirus, un “espejo”, dos calendarios, una tienda propia, una aplicación de mensajería de la que jamás has escuchado y otras (con cariño) estupideces, la operadora donde adquiriste el equipo se mete hasta en el fondo de pantalla. Por si no fuera suficiente, algunas van más lejos y ponen su horrible logo en el cuerpo del equipo, arruinando lo que era un equipo bonito (te estoy mirando a ti, AT&T).
En lo que respecta a América Latina el caso es desolador. En una operadora el sistema viene tan cargado que estás sacrificando rendimiento del equipo a cambio de sus aplicaciones no opcionales. Un servicio de música, una aplicación de streaming de video, una app de mensajería y más, todas propietarias, como si le fueran a hacer peso a las que venimos usando hace años y amamos. Es chistoso que alguien pretenda que solo sus clientes dejen, por ejemplo, Spotify y Netflix en pos de su propio servicio con catálogo más limitado.
Después de ahorrar hasta encontrar el equipo que fuera perfecto para mí, me hice con el Samsung Galaxy Note 7. Debería haber previsto que las cosas saldrían mal con un equipo que compré libre de fábrica y aplicaciones como toda la suite de trabajo de Microsoft (Word, Excel, etc.) estaban ahí, esperando por mí para rabiar. Después la cosa se puso peor, pero por otras razones.
El caso de Apple no es muy distinto, a pesar de la promesa de que en iOS 10 se podrían remover las aplicaciones que no usaras, simplemente se “escondían”. Vamos comprometiendo el limitado espacio no expandible de los teléfonos con cosas que deberían ser opcionales, como una maldita brújula y una aplicación para ver valores de la bolsa.
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Google, tú tampoco te salvas, en el que clamas es tu primer equipo, tan limpio y prístino, me encuentro con una carpeta con nueve aplicaciones propietarias, de las cuales con suerte usaré tres o ninguna porque tengo mejores opciones en terceros, pero no, me obligas a tenerlas de entrada.
Sí, sé que puedo hacer root y blah blah, pero no tengo ganas. Siento que de entrada las cosas deberían estar bien, sin la necesidad de que un usuario, en su mayoría inexperto, arruine su teléfono por estas inconveniencias.
Pero la nobleza obliga, los fabricantes se han puesto las pilas en este aspecto y poco a poco van soltando este desagradable y sucio truco. Son las operadoras las que parecen no entender el mensaje. En Estados Unidos el tema ha llegado a tanto que la comunidad de usuarios de AndroidPit crearon una petición en change.org para que Verizon dejará su tontera de una buena vez.
¿Tengo razón en estar enojado? ¿Estoy alegando simplemente porque sí? No tengo respuesta a ninguna de las dos, pero sé que no estoy solo en este hastío.
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