Emprendimiento

¿Qué es la libertad digital? RICHARD STALLMAN EN CHILE!!

“Objetivamente, esto es, visto desde afuera y sin tener en cuenta que el hombre es un inicio y un iniciador, la posibilidad de que el futuro sea igual al pasado es siempre abrumadora. No tan abrumadora, por cierto, pero casi, como lo era la posibilidad de que ninguna tierra surgiera nunca de los sucesos cósmicos, de que ninguna vida se desarrollara a partir de los procesos inorgánicos y de que ningún hombre emergiera a partir de la evolución de la vida animal. La diferencia decisiva entre las “infinitas improbabilidades”, sobre la cual descansa la realidad de nuestra vida en la Tierra, y el carácter milagroso inherente a esos eventos que establece la realidad histórica es que, en el dominio de los asuntos humanos, conocemos al autor de los “milagros”. Son los hombres quienes los protagonizan, los hombres quienes por haber recibido el doble don de la libertad y la acción pueden establecer una realidad propia.—”

Hannah Arendt, “¿Qué es la libertad?”


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Cuanto más las cosas que hacemos y cómo las hacemos pasan a concretarse (e incluso existir) a través de un mundo digital, pareciera ser que su incidencia en nuestra vida crece. La libertad, como una figura literaria, política e incluso filosófica,  se origina en la facultad de poder realizar una acción cualquiera determinada por la voluntad sola de su ejecutor. A esto se suman una serie de responsabilidades y garantías dadas por instituciones y sistemas encargados de que las personas tengan acceso a un contexto  que les permita hacer ejercicio de esa condición. El propósito de esta nota no es cuestionar la existencia de dichos organismos ni su funcionamiento, sino preguntarnos si existe un punto en el cuál somos realmente libres en el mundo digital y cuál es el impacto, el beneficio y el costo que asumimos cuando lo habitamos. Así mismo, es relevante preguntarse hasta dónde soy consiente y responsable por el rol que ocupo en una cadena de procesos tecnológicos cada vez más visible, creciente y abismal.

Richard Stallman visitó Chile en una gira que tuvo diferentes fechas, donde pudimos conocerlo en su aparición por la Universidad Santo Tomás el viernes 28 de agosto en una conferencia dictada por él. Funda el Movimiento por el Software Libre en 1983, casi una década antes de lanzar el sistema operativo que combinaría GNU con Linux, la primera plataforma digital de software libre en el mundo. Su principio era la prevalencia de la libertad de sus usuarios por sobre todas las cosas y una sociedad constituida para ello plantea dos maneras de existir: esta sociedad podía ser, en definitiva,  justa o injusta. Tal criterio respondería a si buscaba ser inclusiva o excluyente. Así, un programa libre se define como un código de programación que respeta y entrega completo control a sus usuarios para su uso individual y colectivo, por lo cuál debía responder a cuatro premisas de libertad:

Libertad 0: La libertad de ejecutar el Software cómo se desee.

Libertad 1: La libertad de estudiar el código fuente y alterarlo para que el programa se comporte como yo desee.

Libertad 2: La libertad de distribuir y compartir el software como yo quiera.

Libertad 3: La libertad de alterar el software y distribuir copias de mi propia versión como yo desee.

Si el programa comprende esas cuatro facultades, es un software libre. Es decir, que su sistema social de distribución y uso respeta tu libertad y la solidaridad social de tu comunidad. Pero si una de estas libertades falta o es insuficiente, el programa no se encuentra en función de sus usuarios, lo que lo convierte en un software privativo, donde te priva de tu libertad. El desarrollador es el responsable de las dinámicas de control del software, donde él es quién puede liberar el código fuente y, en caso contrario, él es quién define las implicancias de la utilización del software y su potencial transgresión hacia los usuarios.

En principio, da la impresión de que el incumplimiento de alguna de estas libertades podría parecer inocua, en el sentido que perfectamente podría no haber utilizado ni necesitado el código fuente jamás para que mi vida digital opere y pueda hacer uso de los mismos softwares que todo el mundo utiliza, y tendría razón. En la práctica, sacrificamos estos principios por programas que nos entregan infinitas comodidades. Acceso a música, fotografías, comunidades, contenido, herramientas, diseño y varias facultades más son parte del repertorio que ofrecen la gran mayoría de plataformas de código cerrado. Pero ¿entendemos a cabalidad qué es lo que estamos cediendo al incluirnos en su servicio?

Más allá del mítico contrato de licencia que irreflexivamente buscamos evitar, la lógica del software privativo se presta para instancias de censura, seguimiento, bloqueo de actividades, restringir acceso y funcionamientos y hasta generar ataques a nuestros ordenadores. Para Stallman, este tipo de plataformas y la capacidad que tienen de violentar y coaccionar al usuario las define no solo como privativas y restrictivas sino como malvadas y que su rechazo no funciona como un castigo a su creador sino que como un acto de autodefensa.

Es necesario entender que esta ideología no pretende impedir que alguien quiera cobrar por su trabajo y lo ofrezca desde ese principio, haciendo énfasis en que lo libre pasa por la utilización del código, más que en la monetización de su desarrollo. Por el contrario, a lo que apela es a cómo la existencia de un software privativo no representa una solución en el ecosistema digital, sino un problema ético. Al mismo tiempo, se plantea una distinción importante sobre el concepto del “hacker”, promovido medialmente como un individuo cuyo propósito consiste en atacar y romper sistemas de seguridad digital.

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El hacker, citando a Stallman, “es alguien que ama la programación y disfruta imaginando nuevas posibilidades. Lo que la mayor parte de los hackers tienen en común es la pasión lúdica, la inteligencia y la voluntad de exploración. Podemos decir que el hacking significa explorar los límites de lo posible con un espíritu de sagacidad imaginativa. Cualquier actividad en la que se despliegue esta sagacidad tiene «valor» para el hacker”. También, apelan a que un programador enfocado en el ataque a sistemas de seguridad es, en rigor, un “cracker”, quién también podría ser un hacker o un ajedrecista o un golfista, donde no son términos excluyentes ni vinculantes.

Richard Stallman cuenta en su libro “Un software libre para una sociedad libre” una anécdota que ilustra la naturaleza de poder compartir códigos. Mientras trabajaba en el MIT en el Laboratorio de Inteligencia Artificial (AI Lab) en 1971 no existía la necesidad de hablar de un software libre porque el compartir códigos, conocer programas raros y compartirlos con tu comunidad y generar un aporte a través de ello era igual de simple y espontáneo como el intercambiar recetas de cocina. Su primer encuentro con una idea privativa de software fue durante los 80’s frente a los acuerdos de confidencialidad respecto del desarrollo del código el cuál apelaba, desde Stallman, a que “si compartes con tu vecino, eres un pirata, y si deseas hacer algún cambio, deberás rogárnoslo”.

Nosotros como Stgo Makerspace promovemos una lógica de código abierto, de difusión del conocimiento, del valor de las personas y del DIY pues creemos en su valor constitutivo en la mejoría de nuestra sociedad y sus individuos. Pero la pregunta que se alza desde la mirada del fundador del movimiento por el software libre inspira una idea que ha sido tomada tanto como extremista o necesaria. La verdadera pregunta es hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra autonomía e ir cediendo control a otros en función de poder maximizar y asegurar nuestra propia comodidad.

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