Mucho se ha escrito acerca de Steve Jobs. Quizá demasiado. Y no pretendo acá, en este blog, sumar algún antecedente nuevo respecto del personaje. Aunque sí me quiero detener en un momento de su vida para dar pie a esta columna. Más específicamente a ese inspirador discurso que pronunció en la Universidad de Stanford para la graduación de 2005 en que, de manera brillante, nos da tres lecciones de vida.
Dudo que alguien que lea FayerWayer no esté familiarizado con el momento, pero si ese fuera el caso, hágase un favor personal y tómese 15 minutos de su tiempo para ver el discurso. Si ya lo ha visto, nunca está demás verlo de nuevo. Les juro que no me voy a ninguna parte.
¿Ya lo vio? Bueno, la primera vez que leí (sí, leí) las palabras fue al poco tiempo que este discurso fue pronunciado, en esa época jurásica pre YoTtube, en que alguien hizo circular por una cadena de correos su transcripción literal. Reconozco que de inmediato me tocaron las palabras, y cuando lo pude ver, ahora en YouTube, por ahí del año 2007, sus palabras, nuevamente, causaron un enorme efecto en mí. Pero debo reconocer que hubo una frase que nunca terminé por entender cabalmente. La cita del final, la famosísima y archirequetecontra citada “stay hungry, stay foolish”, cuya traducción literal sería algo como: “manténganse hambrientos, manténganse tontos”.
¿La verdad? La parte del “hambre” la entendí al toque. Estaba claro que no se refería a ningún bajón tipo 4:00 am, sino a aquella voracidad que todos los que logran triunfar deben tener para cumplir sus objetivos, desde nuestro Alexis hasta el mismo Steve Jobs. Pero era la parte de la “tontera” la que siempre me inquietaba. De verdad que no la entendía. ¿Acaso el tonto estaba siendo yo por no entenderlo?, o sea, ¡¿el bueno de Steve me estaba hablando a mí?! (¡HOLY MADRE FOCA!). Probablemente no.
Sin embargo, por más que me esforzaba en comprender el mensaje oculto que Jobs había usado para inspirar a toda la generación del 2005 de Stanford no había caso. No lograba entender el sentido profundo de las palabras. Así, la parte del “foolish” era la parte que siempre me quedaba dando vueltas. Pese a haber visto el discurso en innumerables ocasiones, y pese a haberlo recomendado a prácticamente todo aquél que me rodeara.
Y la frustración sólo aumentó a partir de ese 5 de octubre de 2011, cuando con la noticia de su muerte, el discurso se viralizó aún más y mucha gente, en esa pose “intelecto-contingente” tan propia de las redes sociales empezó a poner la bendita frase en fotos en blanco y negro, tonos sepia, sobre atardeceres y en cuanto otro lugar común se pudiera. Así, de la nada “stay hungry, stay foolish” era frase de cabecera de muchos, el perfil de Twitter de miles, y el estado de Facebook de millones.
Y lo que era peor aún: a nadie parecía perturbarle la frase, todo lo contrario. Todos la entendían perfectamente y lo confirmaban gracias a sus fotos, perfiles y comentarios. Obvio, ¿no?
Hasta que me puse a emprender. O más precisamente hasta el momento en que ya llevaba tiempo suficiente siendo emprendedor y ya podía mirar algunas cosas en retrospectiva y aprender de mis fracasos. Ahí recién entendí la frase. Y tengo marcado el momento: intercambiando experiencias de emprendimientos con tres amigos de Startup Chile, mientras caminábamos por Providencia.
El emprendimiento se trata, ante todo, de un camino en que el fracaso es sólo un elemento más del entorno. Como el esfuerzo y el mismo éxito. No la suerte (esta existe, pero no es parte del paisaje, es sólo un elemento fugaz y aleatorio). Y es en la suma de fracasos donde se sacan las lecciones, que permiten crecer y ante todo ser exitoso. Pero el fracaso es frustrante. Tremendamente. Y tiende a nublarlo todo con esa carga negativa que gran parte de la sociedad le concede.
Fracasar duele y se siente mal. Pero lo que es realmente peor es todo ese entorno directo que tiene las mejores intenciones y que busca persuadirte para, de la mejor forma, invitarte a desistir y retomar ese “rumbo normal” que tan brillante asoma en ese horizonte que uno, por la “tozudez” del emprendimiento no logra ver, pero que sí resulta “claro” para todos quienes te “aconsejan”. Ahí, en ese momento. Cuando todo se ve negro y uno es bombardeado por toda esa artillería de bienintencionados “consejos”. Ahí, en ese instante de presión máxima: ¡hay que ser REALMENTE UN GIL tonto para seguir emprendiendo! Y eso es, justamente, lo que se necesita: una dosis (bastante grande) de “tontera”.
Steve. Me costó, lo juro. Pero al menos soy honesto y lo reconozco. Me quedan mis dudas de todos los otros poseros que desde sus oficinas y sus trabajos estables postearon las frase en sus perfiles. Básicamente porque no emprendieron o se rindieron al primer fracaso. No los culpo por esto. Para nada. En lo más mínimo. Es una opción absolutamente válida. Pero no me vengan con cuentos. Dudo que realmente hayan entendido la frase al toque. ¿Onofre?
Por Pancho Troncoso (@PanchoTroncoso), Co Founder de Uanbai. Startup de la Gen. 8 de Startup Chile, empresa que tiene una alianza con Twitter para integrar medios de pago a redes sociales y que trabaja con Virgin Mobile, Chilectra y Cine Hoyts entre otras.