A 40 años del primer llamado hecho desde un celular, miremos un poco en lo que nos hemos convertido.
Vivimos inmersos en un mundo dominado y condicionado por la tecnología. Nuestros computadores, nuestros teléfonos móviles y todos nuestros dispositivos electrónicos son parte de una red que nos ayuda a estar conectados y entregan una sensación de dominio de nuestro entorno que anteriores generaciones nunca fueron capaces de experimentar. Somos seres instantáneos, y demandamos que todo lo sea.
Ese campo de distorsión en el que nos encontramos es parte de nuestro día a día, y es lo que hoy incluso nos permite a algunos tener trabajos tan geniales como analizar tecnología móvil. Pero hay algunas personas que se mantienen al margen de él… Gente que anda a un ritmo distinto, y que para muchos son bichos raros. Sin embargo, son personas que optaron por no ponerse el grillete de la ubicuidad y de estar disponibles 24X7 en un teléfono y que para ubicarlos hay que llamarlos a un lugar, no directamente a ellos.
No, no son ermitaños, ni viven en una montaña en la soledad absoluta… ¿Y saben? Los que han tomado este camino por opción propia son más de los que creerían.
Queremos contarles sobre una chica chilena — obviamente, no una lectora nuestra — de 32 años llamada Karen Cea. Invitamos a Karen a escribir sobre su vida sin un móvil, algo inconcebible para muchos de nosotros. Al principio puede sonar raro, y hasta contraproducente, pero luego (quizás) su postura puede tener sentido. Acá, sus motivos.
No tengo teléfono móvil
por Karen Cea
No se si llamaría a esto una declaración de principios, pero no uso celular porque no me gusta la dependencia que se genera en torno a esos aparatos. Me molesta la necesidad que se genera por ubicarte en cualquier momento y lugar.
Es increíble como se han modificado las relaciones y las conductas por culpa de un aparato tan pequeño, generando una dependencia en la gente, y hasta angustia si no lo tienen cerca. Además, los timbres son insoportables e inquietantes, más aún si el dueño no se digna a contestar — por ejemplo — en la biblioteca, el cine o el teatro.
(cc) rubertu / Flickr
¿Existirá algo más desagradable que eso? — Sí, que esos mismos sujetos decidan contestar. En definitiva, detesto los celulares, y a los usuarios imprudentes. He aprendido a vivir sin celular, ni Facebook, ni Twitter. Pocas veces me he enterado tarde de algún suceso importante y creo que nunca me he perdido algún cumpleaños o algo por el estilo, porque mis amigos saben que tienen que escribirme un correo que revisaré en mi trabajo o en mi casa. Pero de todas maneras a veces existen presiones de los amigos y familia, porque necesitan ubicarte en un minuto y no en 10.
Creo que para ellos es más complejo, porque yo soy fiel usuaria de los teléfonos públicos, bien cada vez más escaso. Así entonces soy yo la que contacta o avisa si llegaré un poco más tarde, por ejemplo.
Es difícil porque la gente se ha acostumbrado a que todo sea inmediato, ya casi no se programa nada, porque se asume que todos estamos siempre conectados y que las cosas se arman en el momento: almuerzos, idas al cine, y un montón de otras interacciones. Pero de todas maneras logro incluirme en juntas espontáneas, porque — como ya dije — me ubican por otros medios.
Es que nunca he sido tecnológica. Prefiero hacer varias cosas a la antigua: Me fascina recibir postales y cartas, escribir a mano… Entonces el celular nunca ha sido algo fundamental para mi existencia. A veces, como gran cosa, lo he tenido que pedir a alguna amiga cuando no existe otra posibilidad, porque cada vez son menos los teléfonos públicos o — incluso — hay casas que ya no usan la red telefónica fija.
Una vez tuvimos que dar el teléfono de una amiga para pedir un radio taxi y mucho tiempo después pedí un radio taxi en a la misma compañía a las 5 de la mañana, y como no recibieron respuesta del teléfono fijo desde el que llamé, llamaron a mi amiga ¡a las 5 de la mañana! Ese fue un motivo de discusión, la que concluyó cuando me dijo “¡tienes que comprarte un celular!”.
A la gente le decía que no me gustaban, que no los necesitaba etc., y si me presionaban mucho les decía lo mismo, pero tampoco son tantas las presiones, son más bien momentos de desesperación en que la gente necesita comunicación inmediata. Es extraño, porque todos mis cercanos utilizan celulares, algunos de última generación, pero mi abuelita no usa… Supongo que, al igual que yo, no lo necesita.
¿Y saben qué? No tengo planes de adquirir un celular, aunque siempre digo “sí, me compraré uno para apaciguar a quienes insisten en que necesito uno”, pero el único motivo por el cual perdería esa pequeña libertad es si en el trabajo me pidan usar uno de ellos, o si algún familiar o amigo necesitara estar conectado conmigo por motivos de fuerza mayor, y dentro de estas “necesidades” sólo entran enfermedades, nada que no sea de estricta necesidad.
De ser así escogería uno sencillo que me permita llamar y recibir llamadas, nada más.