Las sondas Voyager se encuentran saliendo del sistema solar en estos momentos, después de casi 34 años desde que despegaran de la Tierra, y la información que estamos recibiendo de su parte sigue sorprendiendo. De acuerdo a los últimos datos, las sondas están atravesando un inesperado mar de burbujas magnéticas.
Los robots están dejando el territorio que es influenciado por nuestro sol, a más de 14.000 millones de kilómetros de nuestro planeta, y los datos todavía llegan. Esa información permite a los científicos conocer cuáles son las condiciones en la zona donde se acaba nuestro sistema planetario.
Los datos del Voyager sugieren que el borde del sistema solar está lleno de actividad, con muchas burbujas magnéticas. Las burbujas se producirían cuando el campo magnético que emite nuestro sol se “desordena”, separando las líneas para formar burbujas desconectadas.
“En la medida en que el sol gira sobre sí mismo, su campo magnético se arruga como la falda de una bailarina. Muy lejos del sol, donde se encuentran las dos sondas Voyager, los pliegos de la falda se enrollan”, explica Merav Opher, astrónomo de la Universidad de Boston.
Los científicos piensan ahora que esta gran cantidad de estructuras magnéticas individuales hacen que el sistema solar sea más poroso al recibir rayos cósmicos del resto de la galaxia. “Es más como una membrana permeable a los rayos cósmicos galácticos, de modo que esperamos que entren y atraviesen lentamente este mar de burbujas magnéticas hasta que puedan acceder la líneas del campo magnético que se conecta al sol y escapar”, explica Eugene Parker de la Universidad de Chicago.
Un descubrimiento inesperado
Las observaciones son interesantes para los físicos y para los astronautas, que deben protegerse de los rayos cósmicos, lo mismo que las naves espaciales. Hasta ahora se pensaba que los bordes del sistema solar serían más tranquilos, y que las líneas magnéticas del sol simplemente darían una vuelta y se reconectarían con la estrella.
“El descubrimiento es importante porque tenemos que cambiar la forma en que vemos cómo el sol interactúa con las partículas, campos y gases de otras estrellas, y esto tiene consecuencias que llegan hasta la Tierra”, señaló el científico del programa Voyager Arik Posner.
Más allá de eso, los resultados son una prueba más de las capacidades de los Voyagers, que siguen funcionando. El Voyager 2 despegó el 20 de agosto de 1977, mientras que el Voyager 1 inició su viaje el 5 de septiembre del mismo año. La misión inicial era darle un vistazo a los planetas más lejanos: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Esa tarea se completó en 1989, y luego siguieron avanzando, en dirección al centro de la Vía Láctea.
Las sondas funcionan con combustible radiactivo, lo que les ha permitido mantenerse operativas por todo este tiempo y enviar datos a la Tierra. Con toda esa distancia, cada mensaje enviado por las sondas se demora alrededor de 16 horas en llegar hasta aquí.
La misión actual de los Voyager es definir cuáles son los límites de nuestro sol, o hacer un mapa de la “heliósfera”. El sol expulsa una gran cantidad de partículas, lo que se llama “viento solar”. Mezclado con campos magnéticos, viaja a alta velocidad hasta que choca con el campo magnético interestelar de las demás estrellas. Ese límite es donde están ahora los Voyager, y las líneas de campo magnético del sol están desarmándose y produciendo estas burbujas.
Link: Voyagers ride ‘magnetic bubbles’ (BBC)