Hace muchos años, Google empezó un ambicioso proyecto llamado Google Book Search para digitalizar libros de bibliotecas públicas y universidades. Querían hacer un buscador de libros y guardar aquellos para la posteridad. Sin embargo, el modelo fue cambiando y ampliando su alcance, lo que causó encontrones con autores y editoriales, y luego con muchos otros interlocutores del sistema.
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El futuro de Google Books no está zanjado aún, y nos proporcionará todavía bastante material de análisis y debate. Por lo pronto, quisimos hacer un recuento lo más completo posible para que todos sepamos exactamente de qué hablamos cuando hablamos de Google Books.
Biblioteca de Trinity College en Dublín
El pecado original
Corría el año 2004 cuando Google anunció una nueva iniciativa anexa a su motor de búsqueda: escanear millones de libros impresos para permitir hacer con ellos un motor de búsqueda y, de paso, conservarlos en formato digital para la posteridad.

El proyecto tomaba la forma de una inmensa metabiblioteca en donde no sólo estaban indexados los libros y su ubicación, sino que apuntaba a replicar también el contenido. Asi pues, Google se dedicó a escanear, un verbo mediante el que nos referimos a la digitalización de cada página más el ulterior reconocimiento de caracteres para llevar estos libros no a fotos sino a texto digital.
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Se valieron de sendas cámaras Ephel 323 que permiten digitalizar 1000 páginas por minuto. Claro, en ese tiempo era una cifra respetable, pero hoy hay aparatos 15 veces más rápidos. Como hemos dicho no basta con fotografiar las páginas si el computador no es capaz de leerlas, por lo que Google terminó comprando Recaptcha para enseñar a sus computadores a leer páginas a mal traer.
En su cruzada por escanear al mundo, Google también trabajó con material protegido por derechos de autor: algunos estaban fuera de catálogo hace años y el gigante web asumió que podría escanearlos y poner a disposición de los visitantes un extracto del contenido sin enfurecer a sus autores o a la editorial que los había dejado de ofrecer por última vez. Se equivocaba, claro.
Aunque no estuviera regalando esos libros a los visitantes, a los legítimos dueños de los derechos de autor les molestó que esos trabajos se escanearan sin autorización. “No basta con que Google no los muestre, ellos ya tienen una copia digital y no me pagaron por ello” fue la reflexión. Este desencuentro forjó dos demandas que enfrentaron a google con los autores (Authors Guild v. Google) y las editoriales, en un principio encabezadas por McGraw Hill (McGraw Hill v. Google) y luego a través de la Association of American Publishers.En particular, estas demandas tomaron la forma de una Class Action, un tipo de demanda colectiva sujeta a ciertas particularidades que la hacen única e inherente a la ley federal norteamericana, y enmarcan esa clase de juicios en un conjunto de reglas propias que pasan por encima de las leyes civiles de cada estado.
Finalmente, Google y sus contendores llegaron a un principio de acuerdo que involucraba el pago de unos USD 75 millones por concepto de licenciamiento, mediante el cual Google no estaba comprando los derechos de los libros, sino pagando una tarifa por ofrecerlos en línea. Tal como una librería convencional, la idea tiene la forma de un revenue share en donde a los autores y editoriales le llegue un porcentaje de lo que Google recaude vendiendo los libros con copyright. En realidad esto es una descripción muy pobre de los términos del acuerdo por lo que les recomendamos que visiten el sitio del ODAI (Observatorio Iberoamericano del Derecho de Autor) en donde hay documentos y presentaciones al respecto. Si Google pensó que con eso sus problemas habían terminado, estaba muy lejos de tener razón.
El acuerdo y las reacciones a éste
Google había aplicado ese viejo adagio que dice: “Es mejor pedir perdón que pedir permiso”, y lo aplicó cabalmente. Teniendo el material ya digitalizado, forjó un protocolo de acuerdo con la Author’s Guild y la APP en donde se detallan pagos y casos de uso. Por su magnitud, y el carácter de Class Action de las demandas originales, el acuerdo extrajudicial quedó a la espera de ser ratificado en octubre por una corte federal de New York presidida por el honorable juez Denny Chin.
En el intertanto, y a medida que se acercaba la fecha en que la corte emitiría un veredicto, muchos interlocutores que se sentían indirectamente afectados por el acuerdo empezaron a manifestarse. El acuerdo despertó cuatro grandes corrientes de oposición, cada una de las cuales tiene su razón de ser.
Primero, un grupo liderado por la Electronic Frontier Foundation, con el apoyo de una veintena de escritores, se opuso al acuerdo esgrimiendo la defensa de las libertades civiles. Verán: actualmente no hay cómo saber qué libros has leído o estás leyendo, mientras que el uso de Google Books le entregaría ambas métricas a la gran G. Con esto podría no sólo bombardearte con sugerencias de lectura, sino acusarte si el día de mañana consideran que cierto material te hace sospechoso de terrorismo o un activismo en particular.

Segundo, la Open Book Alliance, un conjunto que a su vez alberga a varias entidades dentro de las cuales hay cuatro preponderantes, y cada una tiene sus razones para aparecer ahí. Tenemos a Microsoft, que obviamente se esmera en sabotear todo lo que tenga que ver con Google porque así es como ellos conciben la competencia. Segundo Yahoo, en parte por pegarle a Google pero en parte también por congraciarse con Microsoft. Tercero, Amazon, porque al ser productores del eBook Reader Amazon Kindle y de su vasto ecosistema de venta y distribución de libros electrónicos en formato propietario ven a Google Books como una amenaza que les obligará a bajar los precios. En cuarto lugar, esta alianza la integra The Internet Archive, un servicio web que funciona como un testimonio del contenido y aspecto de sitios web en determinados momentos de la historia.

Es justo decir que detrás de la postura de la Open Book Alliance no hay solamente animosidad contra Google, sino también temor de parte de quienes han intentado acometer proyectos de digitalización de libros. Hace algunos años, Microsoft tuvo en marcha un proyecto llamado Microsoft Live Search Books, que alcanzó a digitalizar 750.000 títulos antes de cerrar. La empresa de Redmond consideró que era inviable y cedió el material digitalizado a The Internet Archive. Actualmente aquella fundación sin fines de lucro es el segundo mayor almacén de libros digitalizados de dominio público (detrás de Google obviamente) con un millón y medio de títulos.
Según todos los que han acometido proyectos individuales de escaneo, el acuerdo de Google establece cláusulas que los perjudican, o que pretenden limitar los términos de acuerdo mediante los cuales otras empresas y fundaciones puedan licenciar contenido protegido por derechos de autor. En el fondo, que Google está cercando con alambre de púas el predio que está conquistando.
Tercero, el DOJ, Department of Justice en USA, que opinaba que el acuerdo entre Google Books y las otras dos partes no cumplía con lo que cabe esperar de un acuerdo extrajudicial para una Class Action, y que por si eso fuera poco, que los litigantes se habían excedido en el acuerdo: se estaban repartiendo cosas que no eran suyas . En una carta de 32 páginas (PDF) dirigida a la Corte Federal de New York, urgieron a Denny Chin a rechazar el acuerdo en su forma actual, obligando así a las partes a seguir negociando para forjar un acuerdo que cupliese con las reglas particulares de las Class Actions (Rule 23 of the Federal Rule of Civil Procedure), y con las leyes antimonopolios y de Copyright.
Cuarto, los gobiernos extranjeros de países sin mucha simpatía hacia USA, motivados principalmente porque sus leyes de copyright son distintas a las que rigen en USA, y dado el carácter global de Google Books la implementación del acuerdo equivaldría a tener a los Estados Unidos avalando un servicio ilegal en Francia y Alemana, por ejemplo. Es como si una multinacional gringa obligase a sus empleados en la planta de Arabia Saudita a comer cerdo, o a comer vacuno en la planta de India. En las semanas previas a la ratificación o negación del acuerdo, la corte de New York recibió el lobby de todos los interesados. Algunos lo hicieron enviando cartas propias.
Otros contrataron a famosos lobbystas para representarlos. Entre medio, también hubo roces entre los interesados y los detractores. Sin ir más lejos, The Author’s Guild envió una carta a Amazon señalando que su oposión al acuerdo se debe a que están demasiado acostumbrados a pagar una mugre por los derechos de los libros y a cambio marginar un porcentaje enorme y burlándose de que el eTailer ose tan siquiera quejarse de un monopolio cuando ellos son el gran monopolio de la venta de libros en USA (pese a que Barnes & Noble sostiene que restringiéndose a los libros físicos, ellos venden más y ahora les entrarán a competir en el formato electrónico). Presentados los argumentos, había que esperar al 7 de octubre de 2009.
Muerte y Resurreción de Google Books
Todos contuvieron la respiración en los días previos al 7 de octubre. Algunos lo hicieron en sentido figurado, menos mal, porque los que lo hicieron de verdad se pusieron color berenjena y cayeron desmayados.
El 24 de septiembre los opositores celebraron y los partidarios se decepcionaron, porque ante tantas quejas de diversos interlocutores el juez Denny Chin postergó indefinidamente su dictamen sobre el acuerdo entre Google y los autores y editoriales. Muchos pensaron que ahí terminaba el cuento, pero Google no se rindió y ayer presentó un nuevo protocolo de acuerdo con tres grandes cambios:
- Se cambia el comportamiento del Books Rights Registry, una organización sin fines de lucro que tendría a su cargo el recaudar los ingresos por venta de libros sin beneficiarios conocidos. En la versión anterior, los ingresos derivados de la venta de títulos sin beneficiarios identificables se custodiaría durante 5 años, al cabo de los cuales -de no presentarse el legítimo dueño de los derechos de autor, o sus herederos- ese dinero iría a dar a manos de The Author’s Guild, el “sindicato de escritores” de USA. En esta nueva versión el tiempo de espera se amplía a 10 años y al final de ese plazo el dinero se invierte en obras benéficas y en buscar herederos desconocidos. Este cambio apunta a calmar al DOJ asegurando que no se iban a repartir plata de libros ajenos sólo por no poder encontrar a sus dueños.
- Se redefine el acuerdo para limitarse a libros de USA, Canadá, Gran Bretaña y Australia. Aunque casi todos los libros del planeta están protegidos por la Convención de Berna, que los hace partícipes de las salvaguardas al derecho de autor en curso en USA, hay países en que el acuerdo Google Books violaría la ley. En Francia y Alemania, por ejemplo, este acuerdo violaría la ley porque el consentimiento de autor no puede superponerse al derecho de autor. En otras palabras hay países donde un autor no puede prestar su trabajo porque la ley lo protege de cometer una tontería o ser coaccionado por una empresa. Con esto Google busca derribar la oposición de los países contrarios al acuerdo.
- Se quitan cláusulas que pretendían regular las condiciones para que otros proyectos similares licenciaran contenido. En el fondo, Google quería impedir que aparecieran Free Riders los cuales, aprovechando que con el acuerdo Google Books se cubren los costos fijos, pudieran intentar negociar licenciamiento a costo marginal con autores y editoriales. Al quitar esta cláusula, Google busca calmar a los que veían en este acuerdo una amenaza para proyectos independientes de digitalización. Pero contrariamente a lo que algunos piensan, esta modificación no da derecho a que terceros usen la coleción digitalizada de Google: el que quiera meterse al negocio, deberá digitalizar sus propios libros.
La Open Book Alliance se burló de la nueva versión del documento diciendo que sólo estaban refraseando la misma idea de fondo sin abordar ninguno de los problemas reales del acuerdo. En tanto, Dan Clancy, el hombre orquesta de Google Books, se mostró dolido y decepcionado porque mediante esta versión del acuerdo el producto final de Google Books será menos de lo que habían prometido originalmente.
Desde ya, el acotar el acuerdo a libros de habla inglesa deja fuera a todos los autores italianos: Umberto Eco, Italo Calvino, Cesare Pavese y Leonardo Sciascia por nombrar algunos de este siglo, o también Dante Allighieri, Giacomo Leopardi, Alessandro Manzoni, Boccaccio, Petrarca. Yo crecí estudiando a esos autores, y si ahora me dicen que el día en que invierta en un lector de Ebooks con soporte EPUB tendrá que limitarse a Hemingway, Somerset Maugham, William Faulkner, William Shakespeare, Truman Capote y Bukowski, con todo el respeto que me merecen esos baluartes de la literatura angloparlante encontraré que es un catálogo sumamente incompleto.
En conclusión, el proyecto Google Books está vivo o, parafraseando al joven y malogrado prócer chileno Manuel Rodríguez: aún tenemos Google Books, ciudadanos. El problema es que ahora es menos atractivo que la última vez que supimos de él, y tal vez vengan otras mutilaciones en camino para asegurar la aceptación de sus fervientes opositores de cara al veredicto final del 5 de enero de 2010.