“Sucede, pues, que el místico escribe acerca de lenguas perfectas y santas, pero guiña el ojo al político que las usará como lenguas secretas; y, en cambio, el criptógrafo tiende a vender al político como claves —y, por tanto, como instrumentos de poder y dominio— códigos que él, pensador hermético, considera como instrumentos para el acceso a realidades sobrenaturales.” – Umberto Eco, La búsqueda del lenguaje perfecto.
PUBLICIDAD
La criptografía nació en un sueño. A fines del siglo XV, el abad benedictino Johannes Trithemius soñó que una figura misteriosa le explicaba un sistema de comunicación que le permitiría comunicarse con ángeles y demonios mediante mensajes ocultos; en la actualidad podríamos considerar que se trató de su inconsciente, pero Tritemio pensó que se trataba de un mensaje de Dios.
Si la relación entre sistemas de encriptación y la demonología les parece peculiar es que Tritemio era un hombre peculiar. Por un lado, era un típico monje católico que dedicaba su vida a la Iglesia y promovía la postura más misógina y retrógrada posible con respecto a la persecución de brujas y los conocimientos prohibidos.
Johannes Trithemius (Licencia desconocida)
Por el otro, era responsable de la biblioteca del Monasterio de Sponheim y la convirtió en una de las más importantes de Europa, caracterizada además por poseer muchos de los libros que, a veces aseguraba, debían ser quemados. Pero también era un “mago” que experimentaba maneras de dominar la naturaleza y explorar el mundo espiritual; reside en estos intereses, peligrosos, donde puede explicarse su actitud vehemente hacia los hechiceros de la época: se estaba protegiendo.
Pero dejando de lado la personalidad de Tritemio y su mala suerte (como veremos más adelante), es importante recordar que por aquel entonces la matemática en general y la criptografía en particular eran ramas de la magia. A los ojos de la ortodoxia religiosa era prácticamente igual de peligroso y herético el trato con seres incorpóreos que con los números.
En una cultura anterior al siglo XVII que vivía en la metáfora y desconocía tanto el utilitarismo como la división internacional del trabajo, no sólo un hombre podía dedicarse a más de una cosa a la vez, sino que esa cosa podía ser ambigua: los números y las palabras, abstractas, eran también en cierto modo demoníacas -en un sentido clásico o neo-platónico (no “satánico”).
PUBLICIDAD
Entonces, desarrollado el sistema mágico-criptográfico, a la par que Tritemio explicaba una y otra vez que su principal objetivo era la elevación espiritual del mago, buscaba “vender” el sistema a algunos Emperadores afines (su patrocinio) ya que ¿quién podría necesitar más de un arte diseñado para enviar mensajes secretos que un gobernante?
No comprender esto implica considerar el arte de Tritemio de una manera incompleta: o bien escondía la criptografía en sus invocaciones o la posibilidad de enviar mensajes cifrados era una especie de juego anexado a sus invocaciones, cuando en realidad ambas eran inseparables para un monje renacentista y hermético anterior a la Reforma según el cual Dios se encontraba en todas las cosas (salvo aquellas en las que se encuentre Ya Saben Quién).
Polygraphia, Johannes Trithemius (Licencia desconocida)
El sistema es complejo y sencillo a la vez: es complicadísimo si queremos llevarlo a la práctica de manera correcta (aunque seguramente innecesario), pero los lineamientos básicos son simples y permiten, según el autor, enviar mensajes a la distancia -un HTTP demoníaco. Es cuestión de escribir el mensaje, mirar hacia un punto cardinal determinado (en una hora del día y de acuerdo a la posición de los astros) e invocar a un espíritu en particular, en un lenguaje especial. Esta, por ejemplo, es la primera invocación de su libro cumbre, la Steganographia:
“Pamersiel oshurmy delmuson Thafloyn peano charustea melany, lyaminto colchan, paroys, madyn, moerlay, bulre † atloor don melcoue peloin, ibutsyl meon mysbreath alini driaco person. Crisolnay, lemon asosle mydar, icoriel pean thalmō, asophiel il notreon banyel ocrimos esteuor naelma befrona thulaomor fronian beldodrayn bon otalmesgo mero fas elnathyn bosramoth.”
Ocurre que si Tritemio era peculiar, sus demonios más: porque luego de ser invocados se comunicaban con él… de manera codificada. La esteganografía, término creado por el monje, es un arte que permite esconder un mensaje adentro de otro.
Un ejemplo básico sería, por ejemplo, crear un segundo mensaje tomando únicamente las segundas letras de las palabras de un texto; un ejemplo más complejo y moderno es la técnica del bit menos significativo, mediante la cual se modifican ciertos pixeles en una imagen digital para introducir en ella un mensaje (Al Qaeda habría utilizado este método durante la época del atentado a las Torres Gemelas, pero nunca fue probado -aunque se cree que tanto organizaciones terroristas como agencias de inteligencia lo utilizan cotidianamente).
Los demonios de Tritemio poseían un arsenal de métodos con los que comunicarse de manera segura. Teniendo en cuenta entonces los orígenes divinos (oníricos) y algunas de las características más novedosas (tanto en términos mágicos como criptográficos), el entusiasmo de Tritemio ante su libro era notable.
Si bien la magia angélica era relativamente común en la época (dentro de cierto ámbito, digamos underground), sus conjuros incluían más de una novedad. Y si bien se conocen métodos criptográficos desde la antigüedad, Tritemio es considerado el padre de la criptografía moderna: generó una verdadera revolución en el campo. Una de las técnicas (esteganográficas) consistía en esconder mensajes dentro de las invocaciones, de acuerdo a una determinada clave. El texto “angélico”
“padiel aporsy mesarpon omeuas peludyn malpreaxo”
revela ser una clave para “prymus apex”. ¿Cómo? Utilizando las letras pares de las palabras pares:
“padiel aPoRsY mesarpon oMeUaS peludyn mAlPrEaXo”
La comprensión de la importancia de aquello que tenía entre manos lo movió a escribir, descuidadamente, una carta en la que relataba los propósitos y alcances de los tres libros de su Steganographia a un colega llamado Bostius. En ella cuenta que el primer libro “… contiene más de cien maneras para escribir de manera sin levantar sospechas”, mientras el segundo “… revela cómo transmitir mensajes secretos a la distancia”, sin necesidad de usar “palabras ni signos” (mediante los espíritus). El problema es que Bostius había fallecido y la carta fue escrita por personas que no tomaron muy bien ni las intenciones ni los métodos del abad, declarándolos heréticos, diabólicos. Y ese sería sólo el comienzo.
Unos años más tarde, fue engañado por un tal Bovillus, quien pretendió estar interesado en la Steganographia (de la cual el autor poseía el único manuscrito) para poder conocerla y denunciar públicamente a su autor. Estos inconvenientes hicieron que Tritemio decidiera finalmente no publicar el libro sino mostrárselo únicamente a sus conocidos y discípulos más fieles, como el conocido Cornelio Agrippa y, aparentemente, Paracelso. Y el abad debió recurrir a todos sus contactos, entre ellos el Emperador Maximiliano, para limpiar su nombre. Aproximadamente una década más tarde Tritemio publicaría otro libro (la Poligraphia, en seis tomos), esta vez de criptografía “pura”, es decir, sin conjuros ni encantamientos, aunque el propósito siguió siendo el mismo: el ascenso del alma hacia lo divino. En la Poligraphia inventó el cifrado Ave María, mediante el cual es posible incluir mensajes ocultos dentro de plegarias religiosas. Ambos tratados provocaron un interés inaudito en la criptografía, tanto en su aspecto mágico como científico; en la época de la Reforma, con sus conflictos sociales, políticos y religiosos, el prospecto de enviar mensajes secretos era una panacea.
Curiosamente, no hay registros de que los métodos propuestos por Tritemio hayan sido puestos en práctica por monarcas ni religiosos en el Poder, no se conocen casos de espías, prófugos, monarcas en peligro que enviaran mensajes cifrados con ellos (aunque no quiere decir que no lo hicieran). Y una vez publicado, un siglo después, fue añadido al Index Librorum Prohibitorum, el listado de libros prohibidos de la Iglesia Católica; tuvo el honor de encontrarse allí hasta principios del siglo XX, con compañeros como Kepler, Newton y hasta el filósofo alemán Immanuel Kant. Lamentablemente, no fueron sólo en el ámbito religioso en que Tritemio fue “incomprendido”; Erasmo de Rotterdam, por ejemplo, llegó a decir que su poligrafía era una práctica “inútil y ridícula” (se habría sorprendido al saber que hace sólo unos años se supo que el tercer libro de la Steganographia, que parecía dedicarse de manera exclusiva a la magia, también posee mensajes ocultos) -mientras Mersenes, “racionalista” y amigo de Rene Descartes, pensaba que “popularizaba magia demoníaca mediante conjuros, palabras y números”. Finalmente, el poeta español Francisco de Quevedo incluyó al abad en su upgrade del infierno dantesco, en el que se encuentra junto a otros magos renacentistas.
Es a pesar de esta incomprensión y controversia (o quizás debido justamente a ellas) que en algunos círculos Tritemio se convirtió inmediatamente en leyenda. El también mago (y también matemático, además de espía y asesor de la Reina Elizabeth I de Inglaterra), Sir John Dee, mientras se encontraba viajando por asuntos diplomáticos, le solicitó a su Jefe inmediato William Cecil que le permitiera quedarse en Amberes, Bélgica unos días de más para estudiar la obra de Tritemio, que acababa de encontrar en una biblioteca (Dee no sólo continuaría con la tradición angélico-criptográfica de Tritemio, sino que llegó a poseer también, pero en su propia casa, la biblioteca más grande de Europa). Sin el abad, sin su temida Steganographia, no habrían sido posibles las obras de Della Porta, von Öttingen-Wallerstein o Gustavus Selenus, pseudónimo de August II de Braunschweig-Lüneburg, autor de “Cryptomenytices et Cryptographiae”; la influencia de Tritemio fue enorme e inmediata -y no podemos dejarlo de lado ni menospreciarlo por haber vivido en un mundo en que la criptografía no se enseñaba en las Universidades sino que era prácticamente un desprendimiento de las permutaciones cabalísticas, obra de locos o hechiceros.