El escorpión palestino amarillo (Leiurus quinquestriatus) es un animal de unos 10 cm de longitud que vive en los desiertos de Oriente Medio. Cuando ataca a una presa, su veneno alcanza el cerebro de la víctima en pocos segundos y la deja paralizada gracias, entre otras sustancias, a una molécula llamada clorotoxina que interrumpe el metabolismo celular.
PUBLICIDAD
Esta proteína fue identificada en el año 1993 por científicos de la Universidad de Harvard que querían descubrir qué convertía al escorpión amarillo en un asesino tan eficaz. Por entonces, la neurobióloga Nicole Ullrich estaba investigando en la Universidad de Alabama, uno de los tipos de cáncer de cerebro más letales, el glioma, y buscaba una forma de impedir que las células tumorales se diseminasen.
Inyectó la clorotoxina en el cerebro de varios ratones con glioma y, para su sorpresa, vio que la molécula se pegaba a las células tumorales pero no a las sanas. Desde entonces, los científicos han investigado las propiedades de la clorotoxina para atacar selectivamente a las células cancerosas.
La clorotoxina se adhiere a una proteína que aparece sobre-expresada en la superficie de muchos tipos de células tumorales. Retrasa la propagación del cáncer porque interrumpe la capacidad de las células cancerosas de pasar a través de la matriz protectora que envuelve a la célula y viajar hacia una zona diferente del cuerpo para iniciar un nuevo tumor canceroso.
Esta proteína se ha convertido, además, en la aliada perfecta para solucionar un problema que atormenta a los cirujanos que tienen que extirpar tumores cerebrales: Si el médico retira demasiado poco tejido corre el riesgo de no eliminar todo el tumor y que se reproduzca a partir de los bordes. Si retira demasiado y se lleva zonas de tejido sano, puede provocarle nuevos daños al paciente. La cuestión es especialmente dramática cuando se trata de niños.
A Jim Olson, un oncólogo pediatra que trabaja en el Centro Fred Hutchinson del Cáncer y en el Hospital Infantil de Seattle, Estados Unidos, se le ocurrió pegar a la clorotoxina una sustancia fluorescente e introducirla en un ratón al que se le había inducido previamente un tumor cerebral. En menos de una hora, las células cancerígenas del cerebro del roedor estaban brillando en color verde y señalando su posición con una sensibilidad 500 veces mayor que las de la resonancia magnética funcional. El sistema, que presentaron en la prestigiosa revista Cancer Research y patentaron como Tumor Paint, era capaz de iluminar las células tumorales, aunque sean unas pocas, y marcar el camino del cirujano a la hora de operar.
© Blaze Bioscience
El pasado mes de octubre, la FDA, la autoridad que regula los medicamentos en EEUU, autorizó que comience la primera fase de los ensayos clínicos en humanos del Tumor Paint. Las pruebas se realizarán en Estados Unidos y en Australia en 21 pacientes con glioma. Si los resultados son positivos, Olson podrían lanzar su clorotoxina luminosa al mercado en un plazo de 5 años, donde competirá con otros sistemas de señalización de tumores como el ácido aminolevulínico una molécula que también se pega a los gliomas y los marca en color rojo y que ya se está utilizando en los quirófanos.