En The Dark Knight (Nolan, 2008), el fiscal Harvey Dent tiene un maravilloso diálogo: “o mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano” (you either die a hero or you live long enough to see yourself become the villain). Esta frase cae como anillo al dedo a la decisión que ha tomado Dong Nguyen, un programador de videojuegos, que en cuestión de semanas pasó del anonimato a la fama gracias a la espectacular popularidad de su juego Flappy Bird.
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El sábado 7, Nguyen anunció en su cuenta de Twitter que retiraría el juego debido a que estaba cansado de la fama. Señaló que su decisión no tenía nada que ver con un tema legal ni que vendería su creación. Simplemente, no podía soportar más. Dicho y hecho, el domingo la aplicación fue retirada de las tiendas.
La decisión de Nguyen es extraña en una industria donde todos aspiran a convertirse en el siguiente gran fenómeno. Probablemente desde Candy Crush, no se había visto un juego cuya popularidad fuese tan alta ni que generara tanta adicción entre los usuarios de móviles. El camino estaba allanado para un éxito seguro, pero Nguyen decidió retirarse en el momento cumbre. No es tan inexplicable como parece.
Flappy Bird no fue un juego revolucionario. Simplemente pegó en la audiencia, por razones que muchos han intentado descifrar. Pero, más allá de las críticas que recibió el juego por su dinámica, fue muy señalado por utilizar una estética muy similar a Mario Bros, acusación que incrementó cuando se supo que Nguyen ganaba 50 mil dólares al día (eso es, 18.25 millones en un año).
En pocas palabras, un juego con un éxito tan grande con una tentativa de infracción de copyright tan obvia es como arrojar carne en un tanque de tiburones. Hay peleas multimillonarias por menos que eso. Aún si le creemos a Nguyen que no hay nada legal detrás en su decisión, era altamente probable que se topara con una demanda cuantiosa en muy poco tiempo.
Estamos hablando de empresas que registran palabras de uso común sólo por el dinero (sí, te hablo a ti, King). Ni siquiera la venta de la empresa lo eximiría de una potencial demanda, puesto que habría obtenido un beneficio cuantioso por la transacción valiéndose de la propiedad intelectual de un tercero.
Es lógico que este éxito desmesurado y la espada de Damocles legal hayan acabado con la paz mental de Nguyen. En consecuencia, adoptó la estrategia que menos problemas le traería: retirar su juego. Podría haberse casado la fama de Flappy Bird (como dicen en el emprendimiento: puedes equivocarte cientos de veces; sólo necesitas acertar una) y vivir de ello, pero era una opción muy arriesgada. Así, se salió de la dinámica en el punto más alto, antes de ser devorado por su propio éxito.
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¿Cuántos emprendedores tecnológicos o programadores de videojuegos tendrían la vena para hacer algo similar? Nguyen fue el jugador de póker que sale de la partida cuando tiene saldo a favor, el que deja de apostar a la mitad de una buena racha. Es el jugador de Jeopardy! que se va a casa sin jugarlo a todo o nada, el goleador que se retira a los 27 años. Socialmente, va contra el discurso de quien no arriesga, no gana; es pecado, es traición al espíritu del negocio. Pero también se vale.
Nguyen se define como un programador independiente. Ha actuado en congruencia (¿acaso es tan raro eso en nuestros días?). Tampoco es para sentir lástima. No es que quede desprotegido: seguirá ganando dinero por publicidad con los miles que ya han bajado la aplicación. Pero Flappy Bird terminó. Lo superaremos en unos días. Y Nguyen, quizá, con el ánimo más calmado y la cabeza más despejada, hará otro juego después, que nos encargaremos de inflar -todos, porque así somos, es el gran círculo de la vida– como su gran regreso.
Sí, a veces es mejor morir como héroe.