Son una útil herramienta para entretenerse en clases fomes. (cc) mrbill
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El lápiz pasta, bolígrafo o “birome” es probablemente el lápiz más popular del mundo. Está en todos los estuches, los regalan las promotoras en los eventos, en la casa siempre hay un vaso lleno de ellos (aunque probablemente la mitad no escriban) y son baratos y prácticos.
Su creación fue producto de varios experimentos que mezclaron la química y la tecnología que permitía realizar manufacturas más precisas. Hubo varios ensayos que no resultaron exitosos debido a distintos problemas de diseño, hasta que en 1938, apareció el lápiz pasta que conocemos hasta hoy. Su creador fue Lázló Biró, un periodista húngaro-argentino.
Como todo periodista de la época, Biró tomaba apuntes con una pluma a tinta, y constantemente le enojaba que las notas se manchaban porque la tinta no se seca de inmediato, sino que se demora. Los borrones y el tiempo que le llevaba rellenar los cartuchos tenían frustrado a Biró, que se preguntó si no habría una manera más eficiente de escribir.
Mientras trabajaba en el diario, Biró notó que para imprimir el periódico se usaba una tinta que se secaba rápido, dejando al papel libre de borrones. Intentó usar esa misma tinta en una pluma, pero no funcionó: era muy viscosa y no fluía hasta la punta. Entonces le pidió consejo a su hermano Georg, un químico.
Una bolita
Lazlo Biro
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Georg desarrolló una nueva punta para el lápiz, que consistía en una bolita que giraba libremente, y a medida que se daba vueltas recogía la tinta almacenada en el lápiz y permitía transferirla al papel. Por eso durante un tiempo se le llamó pluma “esferográfica”, aunque bolígrafo fue el nombre que quedó finalmente para el producto. Se dice que la idea de usar una bolita en la punta se le ocurrió a Lazlo cuando se quedó mirando a unos niños que estaban precisamente jugando a las bolitas. Una de las esferas pasó por un charco, y al salir de él, dejó una línea marcada sobre la tierra seca.
Biró patentó el invento en París e Inglaterra en 1938.
Los primeros lápices fueron bastante desastrozos: la tinta se filtraba o se apelotonaba porque no tenía la viscosidad correcta, a veces no caía y había que mantener el lápiz en posición vertical. Biro fue solucionando estos problemas de a poco, agregando un pistón para presurizar la tinta, un resorte para mantener la presión sobre el pistón, y otras cosas. Así, creó un lápiz que permitía escribir rápidamente, sin borrones ni problemas.
En 1940, los hermanos Biró se fugaron de Hungría con un amigo, Juan Jorge Meyne, debido a la guerra, huyendo de la Alemania Nazi. Así llegaron a Argentina, donde adquirieron más tarde la nacionalidad y patentaron nuevamente su invento. El lápiz se vendió en el país bajo el nombre de “birome” (por Biro-Meyne), y bajo ese nombre se le conoce allá hasta hoy. El diseño fue después licenciado por ingleses, que querían fabricar estos lápices para que fueran usados por la tripulación de los aviones: este tipo de lápices se comportaban mucho mejor que los de tinta a gran altitud.
En junio de 1943, los hermanos Biró y Meyne instalaron su fábrica de biromes en Buenos Aires, llamando a la compañía “Biro Meyne Biro”. Posteriormente, el diseño fue licenciado para ser fabricado en Estados Unidos por la empresa Eversharp – posteriormente adquirida por el fabricante de plumas Parker -, saliendo a la venta los primeros modelos en 1945. En 1950, la patente del lápiz fue adquirida por Marcel Bich, y los lápices se convirtieron en el principal producto de su empresa: Bic.
Lazlo Biró (o Ladislao José Biro, como se le conoció en Argentina) se convirtió en una celebridad en el país sudamericano, donde se celebra el día del Inventor para su cumpleaños, el 29 de septiembre. Biró murió en Buenos Aires en 1985.
Su invento sobrevive hasta hoy y ha pasado por múltiples usos, desde herramienta para enrollar cassettes, tirar bolitas o cáscaras de naranja en clases, calentar la punta haciendo muchas rayas sobre la mesa y quemar al compañero… y para escribir también, claro.
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